La trayectoria civil de un intelectual, artista o escritor, filósofo o historiador, sí es un dato relevante a la hora de leer a ese autor, a la hora de enjuiciarlo críticamente, a la hora de admirarlo, a la hora de recomendarlo.Del mismo modo que todo el pasado es relevante. Sólo por eso la historia es un ejercicio de virtud, pues nos trae esas dinámicas y esas pasiones que pertenecieron a nuestros antepasados. Claro que todo ello no debe paralizarnos. No podemos juzgar la obra de Roma por los esclavos que hizo en España y por la desgracia que trajo a tantas familias ibéricas, condenadas a las minas de Galicia o de Huelva. Pero sí debemos tener en cuenta ese aspecto, no olvidarlo.
Y cuanto más cerca se hallan de nosotros esos sucesos, más nos atañen, más nos compete estudiarlos y recordarlos. Las hogueras europeas en las que ardieron católicos y protestantes, brujas y herejes, judíos y disidentes están ahí, cerca de nosotros. La conquista y la esclavitud de las Américas, de África, están ahí. Y también están ahí las presentes opresiones e injusticias de tantos países islámicos, de China y de otros. Debemos tener esto presente a la hora de defender una ética de raíz universalista.
Con los autores individuales ocurre lo mismo. Podemos degustarlos y leerlos con pasión, a fragmentos o enteros. Las flaquezas y caídas morales no deben impedirnos el ejercicio libre de la lectura, y el disfrute de la magia del arte. Claro que siempre resplandecerán ante nosotros aquellos que nunca contaminaron sus manos con el crimen, con la barbarie, con el engaño.
Para Albert Camus hay una necesaria correspondencia entre hombre y obra. En 1937 escribió: "las filosofías valen lo que valen los filósofos. Cuanto más grande es el hombre más grande es el filósofo". Por eso mismo, no es irrelevante la actitud moral adoptada por el nazi de Friburgo por esas mismas fechas.