jueves, 24 de febrero de 2011

Las seguridades aparentes. Sebald, Coetzee.

W. G. Sebald y J. M. Coetzee son dos encuentros con la literatura que amo, con esa literatura transformadora del mundo y de uno mismo al tiempo, allí donde la lectura puede ser un escollo para seguir viviendo igual que antes, o una tabla de salvación. Sebald: alemán no alemán transportado a Inglaterra. Coetzee, bóer sudafricano transformado en errante superviviente de un mundo prendido de la culpa; la culpa de un colonialismo y de un pasado que cada uno lleva como puede. Vértigo, del alemán y Esperando a los bárbaros, del bóer, son libros hermanos, libros que nos obligan a plantearnos la linde de este mundo de seguridades aparentes y comodidades occidentales que, en cualquier momento, comienzan a desdibujarse, a decirnos muy poco. Mi compañero de algunas rutas y admirado Fernando Savater seguro que diría, «ya, déjame a mí con esas seguridades aparentes y esas comodidades, que es justo lo que otros desean..., y anhelan».
En todo caso, son estos dos libros incómodos, inquietantes, turbios, desencantados, libros que nos hablan de un fin, de una maldición, como aquel Spell de H. Broch. Sus protagonistas son capaces de sobrellevar la humillación y el descrédito personal, el derrumbe, casi sin ira, con una percepción del dolor profunda, pero al tiempo no exenta de curiosidad; no quieren una solución, ni una salida, porque son del todo avariciosos del periplo de su propio hundimiento, y aún así en este hundimiento hay vida, vida más allá de la vida.

Estamos ante una resignación que parece una metáfora religiosa si no fuera porque tanto Sebald como Coetzee parecen situarse más allá de todo lo divino. Pienso en ellos y me viene a las mientes un dictum inapelable de don Francisco de Quevedo que me ha acompañado muchos años, como una premonición: «Muchas veces se suelen perder los hombres por el mismo camino que pensaban remediarse».

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