martes, 8 de marzo de 2011

Las aguas leteas (I). Gil de Biedma.

Poeta y joven: todo casa; o casaba. Tal vez por eso los poetas nos buscamos. Y lo hacemos incluso a partir de un cierto momento, cuando ya comprendemos “que la vida iba en serio” y que el argumento desagradable de la obra se ha cumplido contra uno mismo, por acordarnos de esos adelantados Poemas Póstumos de Jaime Gil de Biedma. Y tal vez para no perderse del todo escuchando la voz propia, con sus acentos, desde el aislamiento más íntimo, nos obligamos de vez en cuando a acudir al encuentro con poetas mayores, para confirmar en ellos nuestra propia locura, esa que le hacía preguntarse al poeta, al final de su vida: ¿por qué escribí?
El ejercicio de la poesía, al cabo, no es profesión, excepto para algunos expertos en premios y asiduos visitantes de bodeguillas y covachuelas administrativas del Estado donde se reparten influencias, prebendas y sinecuras. Para el resto de los mortales, la poesía es un misterio, y resulta por ello completamente natural que los poetas busquen de vez en cuando la validación de sus peregrinas intuiciones en la compañía de quienes les han precedido en experiencia. Aquí no se puede acudir a gremio blasonado de estatutos. Y aquel que ha decidido ser poeta sabe que está sólo con su misterio y que debe prepararse para llevar adelante su decisión. Más le vale entender esto pronto. Pues aprender a ser un encajador, como decía en epílogo famoso nuestro poeta catalán citado, es tarea de toda una vida.
Por último, la poesía es sobre todo un viaje interior, incluso un viaje en donde lo externo al poeta es reconducido por este hacia sus propias aguas, consonado el mundo en sus propias aguas leteas. Tal vez para subrayar ese rasgo la antigüedad nos legó el mito de importantes poetas ciegos. Homero lo era. Y también Tiresias, a quien Zeus Crónida concedió el don de la adivinación para compensarle de la ceguera que le había causado la destemplada y vengativa Hera, y todo por la fruslería de haber dictaminado este que los hombres gozaban más que las mujeres a la hora de ayuntarse.

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