LOS COMENTARIOS

To the Happy Few: espero que estos comentarios y las otras ideas o divagaciones que siguen en la bitácora presente puedan ser de alguna utilidad a quien quiere seguir o ya está en este oficio o carrera de las letras, ya porque sea muy joven y no tenga a quién acudir, o ya porque no siendo joven de cuerpo sí lo sea de espíritu, y desee o considere que es adecuado, con toda llaneza, combatir de este modo que ofrezco el aburrimiento...

Las reglas de uso que propongo al usuario son simples: que tus comentarios busquen la contundencia de la piedra lanzada y suspendida en el aire, buscando allí afinar la idea.

Deseo también que estos pequeños dardos de este diario personal que aquí inicio sirvan como disparadero de ideas para otros proyectos ajenos destinados a otros espacios.

Por último, los diálogos que se produzcan los consideraré estrictamente privados. Y no es preciso poner punto final a los mismos, pues incluso los ya transitados pueden recrudecerse pasado un tiempo.

sábado, 28 de junio de 2014

El descrédito humano, el suicidio, Sánchez Piñol.

A veces siento que uno escribe por pura obstinación, o porque no se atreve a reconocer su fracaso, la decisión equivocada que tomó hace ya más de treinta y cinco años. Y sólo de pensar que aquella decisión fue un error, es como para tirar la toalla. Y callar. El suicidio público es también una manera escandalosa y poco discreta de callar. Este nada tiene que ver con la “muerte propia”, así la llamaba Rilke, que está relacionada con el buen morir que es la eutanasia, ese “memento mori” tan pagano como medieval en el que ante la enfermedad terminal uno decide que ya basta, que no queremos seguir sufriendo, que no queremos hacer sufrir a los que nos rodean. Visto así es casi un acto de generosidad. Una generosidad que llama a la circunspección, a la templanza.

El otro suicidio no debería permitírselo un ser libre, y educado en la idea de que avanzar en la civilización equivale a contrarrestar el dolor humano, propio y ajeno. Y esto supone en verdad un formidable ejercicio de contención, de no-acción si se quiere decir al estilo místico y budista. Ante el fracaso, literario, o de cualquier otra naturaleza, uno debe mantener un cierto espíritu deportivo al tiempo que curioso, como si se tratase de un juego de posiciones y distancias que nos permita contemplar desde fuera nuestro propio proceso de decadencia o descrédito.

Ante el descrédito, decía, uno puede callar. O retirarse. Claro, esto lo podía hacer un caballero medieval como Ausiàs March. O un renacentista como Michel de Montaigne, siempre pugnando, contra los que le seducían con cargos y honores, porque le dejaran tranquilo escribiendo en su castillo. Uno no es un caballero medieval ni tiene castillo en Burdeos así que no tiene más remedio que aceptar cargos..., que le distraen del oficio de escribir, pero que le ayudan al de vivir.

Quedaría otra opción tradicional, la del retiro monástico, la propia del segundón o tercerón pobre. Lo cierto es que conozco varios excelentes monasterios, Sobrado dos Monxes, Silos, Leyre, y hoy son centros estupendos de reflexión y retiro. Y en ocasiones allí, en sus bibliotecas, y haciendo vida conventual, me refugio unos días para leer, para corregir algún libro. Pero hacer vida de monje es otra cosa. Y uno ya ni siquiera es católico. En cierto que he conocido algunos que son casi increyentes, o escépticos del todo. O que se hicieron agnósticos ya una vez dentro de la regla. Y aun así siguen practicando los ritos, más como tradición propia y asumida que como impostura. Un poco al modo en el que todos hacemos teatro en nuestra vida diaria, y nos ponemos una máscara de camino a la mina, o a la cama.
¿No es acaso también impostura empeñarse en seguir siendo escritor? Todo está lleno de imposturas a nuestro alrededor. Y una no menor es esta misma página que tejo en la telaraña virtual, y con la que pretendo decir cosas apropiadas o enfáticas sobre el oficio de escribir, o sobre el de no hacerlo, para retirarse, ante el descrédito que suscita la propia obra. O la vida.

Una de las mejores alegorías literarias que conozco acerca de este proceso del descrédito humano, de la urgencia del retiro, y aún así de la lucha por la supervivencia fue publicada por Albert Sánchez Piñol, hace unos diez años, en 2004, en una novela titulada La Piel Fría. Los protagonistas de esta novela, un farero y un oficial atmosférico destinados a una isla en el remoto Sur, hacia los confines australes, se ven en la obligación de convivir con unos seres extraños, los citaucas o carasapos, que nos recuerdan el ambiente de algunos seres invocados por H. P. Lovecraft en sus mitologías de los reinos primitivos de Cthulhu. Algunos de los extraños personajes de esta novela tienen la piel fría, como los peces, pero en el amor se desempeñan como ciertos seres marinos que por desgracia sólo existen en nuestra imaginación. Son seres a los que puedes amar, pero a los que debes enfrentarte, para sobrevivir.

Sánchez Piñol se remonta a una literatura ahora preterida en España; por alcance externo, la de Melville o la de Conrad, por coherencia interna, la de Kafka o la de Benet. Esta alegoría del retiro y de la lucha se presenta como una novela de aventuras al uso, siendo como es una aventura interior disfrazada, como digo, un diario o crónica del descrédito humano pero sin esos enojosos detalles que abundan en este género. Para entendernos, La piel fría es un símbolo, un cruce perfecto entre La invención de Morel de Bioy Casares y Esperando a los Bárbaros de Coetzee. Y aquí la referencia al sudafricano no es exagerada. Aquí hay idéntica increencia y parecido desarraigo. Y una puesta en escena que es un eco débil de aquella ciudad sitiada por bárbaros o liberadores.

Estamos ante un retiro radical, el recurso a la isla, la salida definitiva del circuito, todo eso que vital y literariamente nos aleja, además, de esa basura novelística española tan actual como lucrativa y perecedera. Aquí no hay ni floretes ni estambules, ni histéricas con apetencias evidentes, ni tramas burguesas que enmarcan y explican la democracia española, ni carencias de estilo o intención que deben proyectarse en la Guerra Civil o en cualquier otro acontecimiento con tirón mediático.

En fin, no puedo ofrecer hoy mejor testimonio de lucha en la vida, y al tiempo de contradicción y pulsión por el retiro, como opción verdadera y asumida sin trampa, que esta fábula que nos regaló este escritor catalán, y con la que, en un nuevo Arkham, podemos proyectar nuestras carencias y deseos velados...