LOS COMENTARIOS

To the Happy Few: espero que estos comentarios y las otras ideas o divagaciones que siguen en la bitácora presente puedan ser de alguna utilidad a quien quiere seguir o ya está en este oficio o carrera de las letras, ya porque sea muy joven y no tenga a quién acudir, o ya porque no siendo joven de cuerpo sí lo sea de espíritu, y desee o considere que es adecuado, con toda llaneza, combatir de este modo que ofrezco el aburrimiento...

Las reglas de uso que propongo al usuario son simples: que tus comentarios busquen la contundencia de la piedra lanzada y suspendida en el aire, buscando allí afinar la idea.

Deseo también que estos pequeños dardos de este diario personal que aquí inicio sirvan como disparadero de ideas para otros proyectos ajenos destinados a otros espacios.

Por último, los diálogos que se produzcan los consideraré estrictamente privados. Y no es preciso poner punto final a los mismos, pues incluso los ya transitados pueden recrudecerse pasado un tiempo.

martes, 25 de julio de 2017

Vertebrando España por Santiago


«El Camino de Santiago es uno de los escasos relatos fundacionales que desempeñan el papel de unificadores sociales, económicos, históricos, y de agregadores de las dispersas voluntades colectivas peninsulares. Esto el Camino lo hace a la chita callando, como lo expresaba san Juan de la Cruz cuando recogía un viejo refrán castellano, pues «cuanto más se procura, menos se alcanza», y eso vale para el camino de uno, y para el Camino de todos»

                               Ver más en la Tercera de Abc, hoy día del Hijo del Trueno


http://www.abc.es/opinion/abci-vertebrando-espana-santiago-201707250915_noticia.html

miércoles, 5 de julio de 2017

Autoedición: editoriales de conveniencia.

     Publican al unísono del teclado virtual, hoy en Facebook, una nota los amigos Manuel Ortuño y Marcos Ricardo Barnatán en referencia al tema de la autopublicación de libros, "negocio" al que desde hace pocos años pero de manera creciente se están apuntando también los grandes grupos editoriales. Llueve en julio sobre mojado, es un decir, (que se ha cumplido, extraño pronóstico) porque durante la pasada edición de la Feria del Libro 2017 de Madrid hubo polémica puesto que los organizadores de la feria, el gremio de libreros, prohibió a estas que llamaré editoriales de conveniencia que pudieran tener allí una caseta para firma y venta de esos autores autoeditados. 
     No es fácil decidirse a opinar en un sentido u otro, como sucede tantas veces. Por una parte, es sabido que algunos grandes escritores del pasado tuvieron que autoeditarse en un momento dado porque no encontraban editores que les publicaran, o porque los que encontraban no les convenían por un motivo de calidad de la edición o por otro cualquiera. Baste con citar a Marcel Proust, que como es sabido se autoeditó el primer volumen de En busca del tiempo perdido, ya que el original había sido rechazado nada menos que por André Gide en la Nouvelle Revue Française, actuando este, como se ha dicho, tal vez por prejuicios hacia quien era considerado un escritor frívolo y de sociedad. Le sucedió otrosí (no es errata) a Juan Eduardo Cirlot, que se tuvo que pagar la edición de la mayor parte de su maravillosa obra poética, como nos recuerda Antonio Rivero Taravillo en su impagable Cirlot. Ser y no ser de un poeta único, Sirvan estos dos ejemplos para darnos cuenta del alcance de lo que decimos.

     Claro que, por otra parte, los que estamos en esto del leer, del escribir y del editar, desde hace ya muchos años y hemos sido editores de libros y revistas, o dirigido colecciones y además, para colmo, también escribimos, sabemos que una de las funciones del editor, (y de la edición en general), aún en el caso del más pobre y minoritario de los editores del mundo, consiste en ejercer un cierto control, si se puede decir así, respecto de la calidad y la originalidad de lo publicado.
     El editor que arriesga su tiempo y su dinero y su prestigio cuando opta por un libro está cumpliendo con un papel de mano invisible y reguladora del tráfico de libros e ideas. En como el galerista que expone a un artista y al tiempo se expone él, o ella, en la apuesta que hace. Es un papel dudoso y discutible, y siempre puesto en cuestión, lo que se quiera, pero que está ahí, incluso cuando el editor ejerce desde una editora institucional. Y por parte de los libreros, ese papel se refuerza desde el punto de vista de la confianza que les ofrece a estos el saber que alguien ha corregido, vigilado y apostado por tal libro que, a su vez, les llega de mano de una distribuidora que, como sabemos, también selecciona a los sellos que mueve y representa, pues no puede llevar a todos. Es este un proceso siempre puesto en cuestión, y lleno de injusticias y arbitrariedades, pero no está claro cuál deba ser el remedio, o el recambio, o el complementario, como diría Machado, si lo hay.
     Digamos que todos estos filtros y mediaciones ofrecen, tal vez, alguna garantía de que lo que llega a la mesa del librero en la feria, o en un día cualquiera, cumple con alguna exigencia mínima de interés. Y lo cierto es que hay para todos, en cuanto a intereses, puesto que por esta vía se publican al año en España una media de 70.000 libros. Ese conjunto de mediaciones tiene o cumple otra función social respecto del hipotético o despistado lector que se pasea al azar por una librería o por la misma feria: se supone que los tales filtros sirven o indican que lo que allí se expone tiene algún marchamo de calidad.
     Al lector especialista o informado esto le da casi igual, porque sabe lo que quiere y lo que busca. Pero el otro, el despistado, presupone de manera intuitiva que lo que está allí y tiene una portada atractiva tiene en sí algún valor. Ya sé que luego no es así, y podemos encontrar todo tipo de quincalla que ha pasado esos filtros, pero, de nuevo, insisto, los filtros han sido pasados, el trámite ha sido cumplido, y eso tiene un valor. Hay o hubo un límite, siempre que no hubiera "prevaricación privada" por parte del editor, que este es otro caso, pero no el que ahora me ocupa.
     Los que hemos firmado libros en la Feria de Libro, en cualquier feria del libro, sabemos que con frecuencia sucede que uno de esos lectores despistados se acerca medio ciego, porque van desfilando de caseta en caseta un poco aturdidos, como ante un banquete interminable de letras y colores apetecibles, pero que no pueden gustar a tontas y a locas por razón de bolsillo, y al observar nuestro libro pregunta, de manera ingenua, si está bien. A veces no se ha dado cuenta que está hablando con el propio autor (esto me sucedió este año mismo, con Hijos del Trueno. Mitos y símbolos en el Camino de Santiago) y claro es, uno se ve arrojado ante el acto casi indecoroso de tener que recomendar el propio libro y decir algo bueno de lo que uno ha escrito. En fin, es un trance que no deseo a casi nadie, bueno, a algunos sí, pero no lo voy a decir aquí, porque lo peor del asunto es que el lector despistado a veces no se lleva el libro, para bochorno general del librero y del escritor que comparte caseta y horario de firma, y que desde el otro extremo sonríe para unos adentros demasiado superficiales... 
     Tan es así esto que digo que para casi todos los escritores, no se si decir convencionales, entre los que me encuentro, pagarse una edición de una obra personal y original y sobornar, si se me permite esta dura expresión, al editor, es algo penoso y que está bastante mal visto entre los colegas de la pluma. Vamos, es algo inconfesable. Y de hecho, parte de nuestro trabajo, cuando terminamos un libro, consiste precisamente en armarnos de paciencia, puesto que entonces comienza el periplo de buscar casa editorial para nuestro nuevo desvarío libresco.
     Este "armarse de paciencia" como trabajo, en mi caso, me ha resultado siempre muy útil, puesto que como no soy nada consistente, sino más bien lo contrario, por no decir algo vago, en el proceso de búsqueda de editor pueden pasar años, y este "pasar de los años" me sirve para echarle un vistazo renovado al libro cada vez que un editor se interesa por el mismo, de modo que el desvarío suele salir ganando durante el periplo de búsqueda de puerto editorial.
     Así, en cuanto termino un libro, ya estoy pensando en otra cosa, y me aburre mucho este oficio de perseguir a los editores. Claro, esto me pasa a mí porque soy un worst seller y no disfruto de las desventajas relativas de tener una agente literaria. Y sólo por este lado soy comprensivo con la impaciencia de los noveles y algo menos con la de los talluditos que se autoeditan, y que ya deberían estos haber aprendido a no tenerla y domeñarla..., la impaciencia. (Debo decir que, para mi sorpresa, en los últimos tiempos, algunos editores de estos minoritarios que me gasto yo, hasta me buscan con más frecuencia de la debida, lo que no deja de suscitar en mí algunas dudas, en cuanto que el manuscrito del libro ya no reposa en bodega lo que debe, y lo que sin duda gana en oportunidad, lo pierde en solera).
     Pero dejando esta digresión, y volviendo al caso general y también dejando el mío en espera, decíamos que la mesa del librero es un poco como la repisa del farmacéutico o como la balda de un buen ultramarinos. Se supone que lo que hay allí puede ser adquirido con cierto viso de confianza. Y todo el proceso general de mediaciones que vengo exponiendo tiene que ver con la credibilidad de la obra y la del perfil de quien la produce. Igual lo que digo suena algo antiguo, o tradicional, y estoy dispuesto a ser rebatido o a cambiar de opinión. Pero no porque algo suene o sea antiguo hay que descartarlo. Sobre todo para quien se confiesa posmoderno de la primera hora.
     Veamos el asunto desde otro ángulo. Imaginemos ahora el caso de un escritor de ensayo histórico o social, o de cualquier otro campo del conocimiento, que se autoedita, y que de repente opta a un cargo o a una ayuda, y que legítimamente en apoyo de su candidatura, en el apartado de libros publicados, inserta un largo listado de volúmenes que lo acreditan como especialista en la materia. ¿No entraña esto algún tipo de fraude intelectual, de nuevo pido perdón por la expresión, o no nos ofrece algún tipo de duda respecto del procedimiento? Los norteamericanos, que llevan muchos años con los mercados desregulados para casi todo, tienen, sin embargo, en esto de los libros autoeditados poderosas cautelas. El National Endowment for the Arts, que con rango federal es como el Ministerio de Cultura que no tenemos, en su política de ayudas públicas, prohíbe taxativamente a los peticionarios el incluir como mérito entre sus publicaciones los libros autoeditados y auto- subvencionados, género al que denomina, con cierto desprecio,"vanity press", que se entiende muy bien en castellano. ¿Nos debe decir algo esto? 
     Concluyo sin conclusión clara. ¿Estoy en contra de las editoriales que se autoeditan? No. ¿Y de los autores que se pagan los libros? No. Y es verdad que la edición en general ha cambiado, puesto que ahora se pueden hacer tiradas muy cortas, a bajo precio, y las redes sociales y el acceso a la red global de internet y a la galaxia rural nos permite el acceso directo a nuevos públicos y lectores, muchas veces en edición digital en exclusiva. Esto es libertad, sí, pero la cultura es, además de libertad, un proceso de constante revisión y contraste con la tradición recibida. Termino, tal vez lo que he escrito, a propósito del post de mis amigos, nos pueda servir para repensar el futuro de cómo salvaguardar el mundo de nuestros queridos y viejos libros, que nos ofrecen un lugar en el mundo, como tal vez nada lo hace.