LOS COMENTARIOS

To the Happy Few: espero que estos comentarios y las otras ideas o divagaciones que siguen en la bitácora presente puedan ser de alguna utilidad a quien quiere seguir o ya está en este oficio o carrera de las letras, ya porque sea muy joven y no tenga a quién acudir, o ya porque no siendo joven de cuerpo sí lo sea de espíritu, y desee o considere que es adecuado, con toda llaneza, combatir de este modo que ofrezco el aburrimiento...

Las reglas de uso que propongo al usuario son simples: que tus comentarios busquen la contundencia de la piedra lanzada y suspendida en el aire, buscando allí afinar la idea.

Deseo también que estos pequeños dardos de este diario personal que aquí inicio sirvan como disparadero de ideas para otros proyectos ajenos destinados a otros espacios.

Por último, los diálogos que se produzcan los consideraré estrictamente privados. Y no es preciso poner punto final a los mismos, pues incluso los ya transitados pueden recrudecerse pasado un tiempo.

lunes, 31 de diciembre de 2018

Feliz 2019: el círculo cuadrado

Deseo un Feliz 2019 para todos los amigos nuevos, y para los viejos que, con el paso del tiempo, no hemos perdido la costumbre de seguirnos de algún modo, aunque sea mediante éste, fácil, poco comprometido y vicario de algoritmos y reglas que casi no están en nuestra mano. Y también lo deseo para los que no conozco y me leyeren aquí. 
En todo caso, para algunos de los antiguos, como Amonio Sakkas y otros gnósticos con los que me entretuve en «Hijos del Trueno. Mitos y símbolos en el Camino de Santiago» la verdadera noche de la ignorancia tenía que ver más con el Olvido que con la Caída, que es aquel un concepto muy ajeno al viejo paganismo politeísta que vivificó los tiempos primeros, y que nos es tan querido. 
Así, frente a este monopolio del Gran Hermano antes divino, actualizado hoy en la Galaxia Rural sita en la Red de Redes, como GAFAM, acrónimo de Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft, Fernando Savater vindicaba en «La Piedad Apasionada» y en «De los Dioses y del Mundo», allá por 1975, aquel paganismo en el que «todo estaba lleno de dioses, pero ningún Dios estaba en todas partes», pues decimos, acaso, un Dios omnipresente, un Dios GAFAM, ¿no es un atentado contra nuestra libertad de pensamiento, contra nuestra intimidad, contra nuestra privacidad? Pues ni el viejo Dios ni el nuevo GAFAM, en verdad, deberían saberlo todo.
Esta última reflexión me sirve de pastilla publicitaria para anunciar que voy a reeditar esos dos libros citados en la Colección Fuera de Lugar, que bajo el sello Polibea que anima el bueno e ilustre de Juan José Martín Ramos, comienzo a dirigir en este año 2109, de acuerdo con el actual calendario gregoriano. Será esta colección un pequeño espacio recoleto que recogerá aquello sustancial que hemos olvidado de algunos de nuestros autores contemporáneos, sin distinguir género literario, y también aquello otro que no pudo verse en su momento, por estar, precisamente, fuera de lugar, quizá algo desubicado, en tiempo y lugar inconveniente, algo que, tal y como están las cosas, sea tal vez la mejor manera de estar en este 2019 que comienza. [Fin de la pastilla publicitaria].
Vuelvo a la felicitación, pues, aunque este rito de manifestar o sugerir o desear un tiempo feliz, en su raíz latina, un tiempo fecundo, fértil, un buen augurio parezca cosa manida y premeditada iteración, no conviene olvidar por lo que dije arriba la buena costumbre de felicitarnos y de desearnos lo mejor en el cambio de año o ciclo. Es también una manera de decirnos: ¡eh, que todavía estamos aquí! 
Por otra parte, cada uno puede vincular el saludo al credo que mejor le plazca, desde aquel que se ciñe al Solsticio de Invierno, cuando se prendía en la vieja Europa celta el Yule Log, o el gran tronco propiciatorio cuyos restos servían para proteger las casas durante el resto del año, o a aquellos otros vinculados a la Navidad cristiana, o a los diversos papás noeles, nicolases, olentzeros, cagoners, magos de oriente y otros varios auspiciadores de bondades. Los devotos de la numerología están muy agitados con este 2019, cuya suma de sus cifras nos brinda un redondo 12, el dodecanario que evoca la perfección en tantas crónicas, y el círculo simbólico o cuadrado rotado en forma de lapis o piedra esencial según el maestro Cirlot.
Deseémonos, pues, un Feliz 2019, que se complazca en dejarnos releer y revivir las semillas maravillosas del pasado, y en sembrar las del tiempo presente.

lunes, 29 de octubre de 2018

Si construir es desafiar a los dioses...Homenaje a Llorenç Barber


[Leído el 26 de octubre de 2018, Centre del Carme, Valencia, . Texto y fotos, José Tono Martínez)

Si construir es desafiar a los dioses, en cuanto que ponernos a cubierto de una estructura humana equivale a hurtarnos de los ojos de Dios y de todo poder encargado de "vigilar y castigar" (Foucault), escapando de esa vigilancia omnímoda y panóptica, hacer música -que no componerla sino más bien descomponerla- tal y como hace Llorenç Barber, equivale a consonar la obra humana del oír con la del otro oír de la obra natural, y aún con la música de las estrellas y los planetas, esa que se produce en su estelar deambular por el espacio y que nosotros, por ser parte de ese deambular, no podemos sentir, excepto por intermedio de mediadores y médiums como Llorenç Barber.
LB en su casa de El Cabanyal de Valencia
Yo creo que este es el proyecto Llorenç Barber que nuestro amigo comenzó a vislumbrar en 1970, cuando su propia ansia de libertad sonora tropieza con la libérrima independencia del anarco-músico John Cage. A partir de ese momento todo entra en conjunción, la fiesta del cuerpo y la fiesta del oído incorporan todo acto, todo ACTUM, que invierte/conjuga/difumina/pervierte el lugar del oidor y el lugar del escuchante, incorporando al juego todo aquello que -entremedias- sucede y tiene lugar en el momento en el que se produce el acto o la Acción Barber.
Luego, todo es historia y trayectoria sonora, arte callejero en los conciertos de campanas de ciudad y arte en la naturaleza en los conciertos de sol a sol y, en el medio, todo lo que es ser parte del mundo de Llorenç Barber, dentro y fuera de un recinto, a cubierto de los dioses, como decía antes, en una estructura construida por el ser humano, o bajo las estrellas, para que sean estas parte de su hacer, como cuando en el año 2008 una violenta y repentina tormenta se entrometió en el Concierto de Campanas que LB, acompañado de decenas de músicos, estaba ejecutando en Zaragoza, con motivo de la expo del agua, que, muy a propósito, y así convocada por el maestro, no quiso dejar de hacerse presente, y a raudales. 
En el Arreciado, 2016
Conocí a Llorenç Barber muy a primeros de los años 80, en el 83, cuando acababa de salir la calle nuestra revista La Luna de Madrid -que luego sería presentada en Valencia- y en la que Llorenç fue enseguida invitado a terciar musicalmente en aquellas polémicas y debates de la llamada posmodernidad, que, con el de la movida, era uno de nuestros leitmotivs. A partir de ahí, he tenido la suerte de contar, primero, con su amistad, que es de todo esto lo más importante para mí, y luego con la de Montse y la de sus hijos, Shiram e Izaj. Más tarde, cuando he podido, nunca he dejado de convocar a Llorenç, en Santander -con amigos invitados ya idos como Leopoldo María Panero o José Luis Brea-, en Madrid, claro, en Buenos Aires, donde fuimos capaces de convocar en Plaza de Mayo más escuchantes que Evita Perón, siendo arzobispo y prestador de campanas Monseñor Bergoglio, hoy papa, y donde se inició una secuela que tuvo entretenido a Llorenç varios años en tierras argentinas. En Tailandia, en la Ciudad de Chiang Mai, en un memorable concierto acompañado de instrumentos tradicionales, y ya, hace poco, en Mallorca, en Alcúdia, en un concierto mini, en la iglesia de Sant Jaume.
Campanario de Alcùdia
Aquí pude, después de 35 años, sonar una campana bajo esa batuta que no lo es sino bordón de Esculapio o Hermes, porque toda la obra, el quehacer, y el entretenerse de Llorenç Barber tiene que ver con una condición vinculada al proceso de purificación, al dios o daimón katariós, el que cura mediante catarsis. Porque su accionar es más una terapéutica que una propedéutica, escuchar a Llorenç es curativo, pues él no viene a dar la lección o a tomarla, sino a participar en un proceso colectivo de aprendizaje. El arte sonoro de Llorenç se compadece así más con los Misterios (antiguos) que con una certidumbre, más con un fenómeno que no con un nóumeno, más con el hacer -que es la esencia de la poiesis- que con el decir.
En mi casa
De este modo, LB es símbolo y epítome total de fisicidad, convertida y transmutada en espíritu, en élan vital, en aire en movimiento, soplo, silbo, estampida, que es precisamente la esencia del sonido. Uno que nos ha capturado y que nos ha incorporado a sí mismo, metáfora perfecta del órgano gigante de Rudolph Wurlitzer en el que un podía meterse adentro, y hacerse aire y movimiento. Y eso permite a LB volver a su origen, a ese joven que tocaba los viejos órganos de pueblo en pueblo, elevando su música hacia los cielos del Levante, homenaje al sol que nace.
Coda: En el debate me preguntaron por tres palabras o cuatro palabras que acotan, o circunscriben a LB. Yo mencioné  Libertad;  Imperturbabilidad o ataraxia;  Autenticidad y Disponibilidad. Y también destaqué algo que allí era evidente, notable en la presencia de tanta gente joven que sigue a LB, pues ese es su magisterio, la manera que tiene su obra para permitir que todos volvamos a sentir que lo podemos hacer todo..., como dioses.

sábado, 6 de octubre de 2018

EL CAMINO DE ADRIANO. (UN VERANO INGLÉS)


Ya está en librerías, o eso espero, claro, si los buenos libreros y los que son lectores amigos, así lo quieren y promueven, mi nuevo libro, El Camino de Adriano (un verano inglés), en el sello Evohé, colección Periscopio. Se trata de un ensayo literario, si se me permite, un poco a la antigua usanza, esto es, un ensayo más acerca de la historia o con la historia, que histórico a secas.
En este libro, uno de los quereres implícitos ha sido el de hacer una pregunta por los antecedentes que hasta aquí nos han traído, en la medida en la que esos antecedentes, y la ansiedad que nos genera su influencia, como diría Harold Bloom, configuran o instigan una pregunta acerca del presente que somos y nos contiene, y aquello que define nuestro estar y nuestro ser en el mundo. No es la primera vez que parto de pareja pregunta.


Como en otros libros míos, El Club de la InfamiaLa doma del elefanteEl Rey de Ramnagar, se presenta aquí una suerte de ensayo literario y de historia, híbrido, como se dice ahora, puesto que en él hay viaje, imaginación, investigación, conjetura, y, hasta si me apuran, excursionismo cultural. Pues me he permitido hacer también una romántica re-lectura de la afamada Guía de los Lagos que el poeta William Wordsworth escribió en 1835, en última edición, con el designio de animar al paseante culto a internarse en estas tierras de Inglaterra y conocerlas mejor, de primera mano.
El Camino de Adriano, (un verano inglés) es, asimismo, una reflexión muy libre acerca de las heridas de las guerras y de la historia humana que, en general, funcionan o se presentan ante nosotros a modo de exvotos del tiempo, discursos interrumpidos que devienen fragmentos, edificios y proyectos en decadencia, objeto de investigadores, coleccionistas, museógrafos, paisajistas y otros restauradores que, a su vez, con las ruinas del pasado construyen otra representación para nosotros.
Porque el Camino que bordea el Muro de Adriano, y el Muro mismo, es una gran y larga ruina de 130 km que separa Inglaterra de Escocia, y también podemos decir, un tempo de otro, que poco tiene que ver con el de la grandes y modernas metrópolis británicas... Es, por tanto, un viaje al pasado que está aquí, todavía entre nosotros, como una lengua antigua que todavía podemos comprender.

Este viaje al pasado y al presente, en estos tiempos en los que el fantasma del nacionalismo y el particularismo recorre Europa, y en los que el Reino Unido quiere construir un muro llamado Brexit sobre el Canal de la Mancha, esconde una clara intención cosmopolita. Encierra, por tanto, un viaje al mundo del emperador hispanorromano que lo mandó construir; un emperador culto, un helenista practicante del poliamor a la griega, un devoto de los misterios órficos, mitraicos y délficos, un viajero incansable y curioso, un ser humanitario, pacifista para la época y universalista, en la línea de la filosofía estoica que profesaba, y que le hacía comprender que el mundo de Roma ya era el mundo del todo el imperio y, por qué no, de la humanidad. 

El libro se centra en el Camino que mandó construir Adriano, pero también es un homenaje a la figura de este emperador e intelectual estoico, lector de Epicteto y su Enquiridión, compilado por Flavio Arriano, historiador del círculo de Adriano, al igual que Suetonio, y donde reviso el episodio de su amor por Antinoo, ese joven bitinio que lo trajo de cabeza y que murió en río Nilo en extrañas circunstancias que me permito comentar. De ahí, a la posteridad, esto esto es, a la divinidad. Puesto que Antinoo, como Cristo, subió a los cielos. Adriano, como comento en el futuro libro El Anillo de Giges, mi tercero sobre El Camino de Santiago, que ya está casi finiquitado, era un cultor de esa sexualidad antigua, y tal vez ahora moderna o en pruebas de la que habrá de germinar el hombre nuevo, o la mujer nueva, o el andrógino, a modo de eterno retorno al origen, del que hablaba Platón en El Banquete, hasta que Zeus dividió a ese ser y creó el hombre y la mujer. Adriano buscó ser ese "ser en el límite", que diría Eugenio Trías, un héroe, puesto que en puridad el sexo, o mejor, la sexualidad del héroe o de la heroína, durante sus aventuras y viajes, es siempre indecisa hasta que regresan al mundo de los mortales y adquieren una condición social determinada, estratificada.
Lo vemos en los casos de ambigüedad que afectan a Orfeo y a Herakles. En rigor, como dijimos antes acerca de la divinidad, el héroe posee una condición angelical trans. Y eso es un poco lo que el pasaba a Adriano. En un contexto, por lo demás, en donde todos los emperadores disfrutaban de colegios de pajes y efebos coperos, lo que no les impedía cumplir con su deberes hacia la familia imperial. 

El Camino de Adriano (un verano inglés) es también el testimonio de un viaje en efecto realizado, y como tal queda consignado en sus etapas y consejos que se brindan para que otros diletantes y degustadores de las cosas del pasado puedan rehacerlo, o completarlo. Por esa razón y no por otra lleva el sobrenombre de «verano inglés». Pues, al tiempo que propone un itinerario sui generis de una época, nos permite realizar una incursión que refresca nuestra memoria, trayendo hasta nosotros a muchos de los habitantes de ese pasado que poblaron estas tierras.
Así, por ahí desfilan algunas de las cuitas de los viejos pueblos paganos, celtas, o sajones y anglos, entre otros, y el mundo de antaño, con sus hadas y sus druidas, con sus arturos primitivos y sus caballeros medievales, con sus abadías cubiertas de hiedra, y con esos castillos vencidos que señalaban la ruda y guerrera marca entre Escocia e Inglaterra. Un mundo de la frontera que está ahí pero que con un poco de esfuerzo también está aquí, como canta W. H. Auden en su poema Roman Wall Blues, entre algunos poetas convocados que me he permitido traducir, para que nos ilustren y animen durante la marcha.
Y por fin, para terminar de nuevo con Adriano, que es nuestro protagonista, El Camino de Adriano, (un verano inglés), es también un sueño de Europa, el de un itinerario cultural y el de un patrimonio compartido que tal vez imaginó Roma, o Publio Virgilio a través de Eneas, y que con mucho esfuerzo seguimos todos alentando, interpretando, a veces con intenciones aviesas, otras gracias a nuevas lucubraciones originales, como gustaba decir a nuestro admirado Juan Eduardo Cirlot. Espero que este, mi pequeño Adriano, sea una de ellas.
Diminutos lagos que jalonan el camino



Lannercost Abbey


El Puente del río Tripalt  

Wyvern. Abadía Benedictina de Santa Werburga, luego Catedral de Chester

El camino entre bosques


  


sábado, 3 de febrero de 2018

El libro del olvido

Ayer por la noche hable con mi madre por teléfono, desde Mallorca, donde ahora vivo, en la ciudad amurallada de Alcudia, cerca de Alcanada. Vivo intramuros, casi murado, detrás de una de las viejas torres que blindaban el largo lienzo. Es hoy una imagen idílica, pero a veces, mientras desayuno, pienso en las viejas y crueles guerras que debieron tiznar mis ventanas de sangre y fuego. Mientras escribo esta nota, el mar ahora tranquilo se agita delicadamente entre las rocas recubiertas de posidonia de la pequeña cala de Sa Bassa Blanca, que da nombre al museo que dirijo. La posidonia, junto al agua, es un manto verde y oscuro que protege la línea de costa de la erosión. Es un manto denso, y me hace pensar en la imagen de una cabellera entrecana y rala, ya bajo el sol, que le hubiera brotado a la roca dura. A lo lejos se ven pocos barcos en la bahía inmensa. Es invierno, y hace frío.
Le he tenido que explicar a mi madre de nuevo qué es lo que hago en Alcudia, y las razones por las que he aceptado este trabajo en los confines de la isla, y las condiciones del mismo. Se ha quedado muy contenta; siempre ha pensado que soy un aventurero, y en su adn está inscrito el viajar y el cambiar de país, sin temor al desarraigo. En los últimos tres meses y medio, desde que estoy aquí, le he tenido que explicar esto mismo con variantes. No me gusta repetirme como si yo fuera un eco de mí mismo. De modo que cada vez que me pregunta qué es lo que hago en Mallorca, se me presenta una nueva oportunidad de recontar la historia, de añadir nuevos detalles, de olvidar otros que me parecían relevantes hace dos meses, o tres.
En noviembre pasado cumplió 92 años, y puedo decir que es una mujer feliz. Y es feliz de saberme feliz. Ayer le hablé de la colección de rosales del huerto medieval que tiene el museo, son casi cien variedades, con algunas cepas antiguas, de más de cien años. Exagero, tal vez, pero a mi madre le gusta más la fantasía que la realidad. Claro que ahora no hay rosas, no es la estación, pero eso no importa.
Para terminar la conversación, de repente, hablando de rosas, se me ocurrió recitarle a mi madre el poema del argentino Baldomero Fernández Moreno, Setenta balcones, y cuya primera estrofa dice así: Setenta balcones hay en esta casa,/setenta balcones y ninguna flor./¿A sus habitantes, Señor, qué les pasa?/¿Odian el perfume, odian el color? 
Es uno de lo pocos poemas que me sé de memoria. Al terminar de recitarlo, y tras un largo segundo de silencio, mi madre me dijo:
- Me lo tienes que copiar, para que lo pueda yo leer. Es un poema muy bonito.
Mamá no recuerda que ese poema me lo enseñó ella a mí, cuando yo tenía 10 años. Y gracias a ese recitado gané mi primer  premio de declamación. Ella había estudiado Arte y Declamación con Anita Villalaz, discípula de Berta Singerman. Eso fue en la década de los años 30 del siglo pasado. Supongo que por todo ello puedo decir que soy escritor. Pero ahora mi madre ya no se acuerda de todo eso. Ni del poema que ella misma me enseñó y que ahora escucha como nuevo.
Hoy la he vuelto a llamar. Me dicen que se ha caído en el baño, mientras se duchaba. Se niega a que nadie la acompañe o ayude en esta tarea. Ella me dice que no está tan mal, que ella no es una impedida, o una vieja inútil. Estuvo cinco minutos inconsciente. Por suerte, la empleada que la cuida y atiende estaba allí, y la pudo sujetar. Pero el médico, por teléfono, ha indicado que se trata de un desvanecimiento sin más. Normal. No hay más que hacer. Mi oficio en la distancia es hacerla reír un rato. Me lo cuenta a su modo, me dice que no fue para tanto, un resbalón. 
-Mamá -le pregunto- ¿no estarás tomando tragos? Hay viejos que se vuelven muy borrachines -le digo. Se ríe. Me dice que estoy loco, que qué cosas tengo, y nos reímos los dos, entregados al olvido que viene. 

domingo, 14 de enero de 2018

La Generación del 87. Orígenes y destinos desde La Luna de Madrid.

Este jueves 18 de enero de 2018, en la Sala Sur de Conde Duque de Madrid, presentamos la exposición La Generación del 87. Orígenes y destinos, que he comisariado junto a Félix Cábez e Inma Ruiz, que han hecho un trabajo increíble para sacar este proyecto adelante. Hoy domingo 14, El PAÍS semanal dedica un amplio reportaje o ensayo fotográfico dedicado a este proyecto, que retoma las peripecias de lo que éramos hace treinta años y nos lo devuelve ahora, cual ejercicio de memoria que nos pone sobre la mesa ese extraño rostro que fuimos, casi como un encuentro con el espejo de ese otro que somos ahora, y que le pregunta al de entonces de qué va esto de la vida que nunca acaba, porque comienza cada día. Menos para los amigos retratados entonces que están presentes de otro modo, como Lluis Martí Ragué, el amigo escritor barcelonés que sólo vivió 23 días a su año de la Generación del 87. 

El origen del proyecto, extrañamente concluido ahora, comienza hace más de treinta años, a principios de 1987, cuando publicamos en La Luna de Madrid un número especial de fotografía que reflejaba -o hacía una apuesta- de nombres y rostros que nos parecían relevantes o interesantes en aquel momento. Como habíamos escrito unos años antes, en 1983, en el editorial del nº 1 de la propia Luna de Madrid, nunca una generación en España había tenido que quemar tantas etapas de golpe, pasando de ser progres, hippies y contraculturales a ser punkis, mods y modernos, pues en diez años hubo que hacer mil transiciones, otros tantos malabarismos mentales y cambiarse el disfraz de lo que uno era, -no sólo el del día por el de la noche-, hasta llegar a un momento el que, supongo, ni nosotros sabíamos muy bien quiénes éramos. Tal vez ahora tampoco lo sepamos. Y en eso consiste un poco la vida, en no saber quién somos y en ir descubriendo paso a paso el enigma de «un futuro que ya está aquí», pero que no acertamos a descifrar.



Aquellos años de movidas y de posmodernidades fueron, por encima de todo, un canto al presente, al día a día, en una España y en un Madrid sin recursos, muy pobres, y el que todo estaba por hacer. La carencia de medios, la ruina generalizada, la ausencia de un Estado protector y rico, se superaba con improvisación y espontaneísmo. Había que inventarse cada mañana, para sobrevivir, y más si uno quería ser artista, escritor, músico o algo relacionado con este mundillo cultural. La única manera de hacer esto era recurrir al grupo, a la tribu, a los amigos, de manera muy libertaria, muy enloquecida y muy generacional.

Por el camino nos dejamos más que muchas plumas, porque nuestro propio cuerpo, al igual que el cuerpo de la ciudad, con sus calles, era «el cuerpo del amor» donde experimentábamos cada día una nueva forma de vivir y sentir. Muchas de las reivindicaciones de otras formas de vida, y de otros consumos alternativos, los pusimos nosotros por primera vez sobre la mesa en aquella España rancia, postfranquista y pacata que nos había caído en suerte. Recuerdo cómo nos reímos cuando supimos que allá por el 1983 el obispo de París, luego de ver un reportaje sobre una de nuestras alucinantes fiestas-concierto, declaró: “Si esta es la nueva España, pobre España”. Sí, entre todos, conseguimos darle la vuelta a todo aquello. Y pasarlo muy bien. Por eso escribí, en su momento, que «si viviste los ochenta y te acuerdas, es que no los viviste», una frase que resume mucho el espíritu de aquel tiempo callejero, porque el epicentro de nuestra revista era la calle y la ciudad recuperada, como espacio y órgano de creación, eso sí, con un fondo musical y nocturno

La Luna de Madrid fue un estado de ánimo colectivo, una revista-foro, coral, una combinación-túrmix de corte de los milagros que teníamos que hacer cada mes para sacar la revista a la calle, agitando, provocando,  generando propuestas y recogiendo otras; un espacio común donde las diversas tribus urbanas y culturales podían visitarse hasta formar, como resultante, un largo y desenfadado etcétera de profesiones, personas, ocupaciones y ocios mezclados en la comunal algarabía de sus enormes páginas. Una de las habilidades de nuestra revista fue la de mezclar lo serio con lo frívolo, lo cultista con lo vulgar y lo repentino, lo clasificado con lo inclasificable, y en el camino hacia la astracanada, acertar: pues una gran parte de los colaboradores allí presentados son los que hoy, con las alzas y las bajas propias de una época difícil y arriesgada, siguen dando juego en nuestro panorama cultural. 

En aquel número de rostros que hoy nos interrogan desde aquel tiempo de hace treinta años, hacemos un repaso a una de nuestras propuestas y apuestas de aquel momento. En este caso, el juego consiste en ver qué pasó con aquel corte generacional que la redacción de La Luna de Madrid propuso como “figuras, personajes, y protagonistas” de aquel “instante cuya anatomía” ha quedado detenida en el tiempo y en las páginas de la revista. Treinta años después, con el concurso de algunos de los fotógrafos de entonces, pero incorporando los nuevos de hoy, volvemos por donde solíamos, y de paso a preguntar a aquellos amigos por sus vidas, por sus caminos, y tal vez, al averiguar esto, tal vez sabremos cómo nos ha ido a todos en este juego de la vida, que ahora sabemos que ya no es un juego. ¿O tal vez sí?