LOS COMENTARIOS

To the Happy Few: espero que estos comentarios y las otras ideas o divagaciones que siguen en la bitácora presente puedan ser de alguna utilidad a quien quiere seguir o ya está en este oficio o carrera de las letras, ya porque sea muy joven y no tenga a quién acudir, o ya porque no siendo joven de cuerpo sí lo sea de espíritu, y desee o considere que es adecuado, con toda llaneza, combatir de este modo que ofrezco el aburrimiento...

Las reglas de uso que propongo al usuario son simples: que tus comentarios busquen la contundencia de la piedra lanzada y suspendida en el aire, buscando allí afinar la idea.

Deseo también que estos pequeños dardos de este diario personal que aquí inicio sirvan como disparadero de ideas para otros proyectos ajenos destinados a otros espacios.

Por último, los diálogos que se produzcan los consideraré estrictamente privados. Y no es preciso poner punto final a los mismos, pues incluso los ya transitados pueden recrudecerse pasado un tiempo.

sábado, 12 de septiembre de 2015

Fracasos que son victorias. Panero.

Hace unos meses mi más reciente editor de poesía, Huerga & Fierro, y mi más antiguo, pues median treinta años entre mi primer y mi último libro en esa casa publicados, solicitó en su pagina editorial una propuesta de título para un libro de Leopoldo María Panero. Yo respondí, desde luego. Y aquí hago pública esa respuesta. Sirve de homenaje a mi amigo Leopoldo, pero por extrañas circunstancias, este título me sirve también a mí, ahora que he sufrido un herem medieval por parte de un grupo de indocumentados y amateurs de la política. Y este herem me recuerda la condición de exilio propia y consustancial al escritor y al artista, y en este sentido mismo, y como me han dicho muchos amigos, tal vez sea ello para bien, pues allí donde se pierde un gestor, se gana un poeta, -en palabras de Samuel Bosini Narral, mi editor porteño- si bien digo que perdido, nunca estuvo, eso que quede claro, pues mi lealtad a la Musa y Apolo, va por encima de todas. 
En cuanto al libro publicado con Antonio y con Charo, El que hiere de lejos, en la Colección La Rama Dorada, que dirige Mercedes Monmany, otro día le dedicaré yo una reflexión a mi propio libro, pues se está revelando muy viajero, y amigo de bolos (hekibolos), y me está paseando por tiempos y lugares, dando razón a mi teoría y práctica del tokonoma que descubrió el maestro Lezama Lima. Voy a lo de Panero. Le escribía así a mi editor.
Querido Antonio:
Mi propuesta de título para el libro inédito de Leopoldo es la siguiente y requiere una breve explicación. Fuimos amigos y me siento orgulloso de haberle realizado, en compañía de Borja Casani, una de las mejores entrevistas que se le hicieron, y que publicamos en el primer número de La Luna de Madrid, allá por el lejano 1983. Lo invité luego a seminarios, conferencias, lo saqué varias veces de los centros psiquiátricos de Ciempozuelos y de San Sebastián y lo llevé por aquí y por allá. Recuerdo siempre, cuando me venía a ver a la redacción de la revista, que luego lo tenía que acompañar a coger un taxi porque a él no le paraban, por la pinta que llevaba, aunque tuviese dinero. Y también recuerdo tener que quitarme de encima a su madre, Felicidad, pobre, que quería cobrar por él, en su nombre, los modestos honorarios que le pagábamos a Leopoldo por sus colaboraciones en La Luna de Madrid.
Lo pasamos bien muchas veces, pese a múltiples "incidentes" y a provocaciones varias que no son del caso. Leopoldo era un provocateur, y por esa época todavía, cuando podía, ejercía de tal. Le encantaba escandalizar y reírse acto seguido con esa risa hueca, arrastrada y explosiva que solía terminar en un ataque de tos virulenta.
En una comida oficial presidida por el rector de la Menéndez Pelayo, Santiago Roldán, el maravilloso, bondadoso y genial Curri, -y en un curso que yo dirigía-, recuerdo de nuevo a Leopoldo quitarse los dientes postizos y depositarlos en el vaso de agua de una señora muy formal, invitada a otro seminario, para escándalo de todos los presentes. De esas, muchas.

La última vez que lo ví, hace unos diez años, fue en Madrid, a mi regreso de mis años viajeros por ahí afuera. Fui por sorpresa a verlo en un recital de poesía, creo que en el Colegio Mayor Evangelista. Al final del recital me acerqué para saludarlo. Al verme, tras el abrazo, casi al oído, me dijo. "Hombre, Tono, todavía no te has muerto; creí que te había muerto; todo el mundo se ha muerto".

Vuelvo atrás. Yo por entonces, a principios de los ochenta, estaba obsesionado con la idea del fracaso literario, personal y vital. Además, me repugnaba la idea triunfar en la vida. Era una preocupación adolescente o una manera de defender un atisbo de integridad, tal vez una premonición, no sé. Mi primer libro de relatos contigo, que fue bien, recuerdas, se tituló "Una fatal pérdida de tiempo", como este mi blog.

Yo le comentaba este tipo de cosas a Leopoldo, así como la idea aneja de que "integrarse en el circuito" suponía una suerte de traición a los ideales más puros de uno. Un día, a propósito de ello, me soltó y me "regaló", así me dijo, esta frase o cita, que yo copié, a su vez citándole, en el poema nº 25 de "De los Años Próximos", mi segundo poemario que también publiqué contigo:

"Hay victorias que son fracasos y fracasos que son victorias como diría Karl Liebknecht la víspera de su asesinato." 
Mi propuesta de título es clara: "Fracasos que son victorias", un título de Leopoldo que hoy me viene a mí al pelo. 

domingo, 28 de junio de 2015

Día del Orgullo Gay. Juan Gil-Albert:

Hoy que hemos tendido la bandera del Arco Iris en la Plaza de Cibeles de Madrid me he acordado de repente del poeta y ensayista valenciano Juan Gil-Albert, y de su poderoso y valiente Heraclés. Sobre una manera de ser, libro escrito en 1955 y sólo publicado en 1975. Es uno de los más delicados y emocionantes estudios literarios de la homosexualidad, y del carácter homosexual, como forma integrada en la vida de todos los días, un poco a la griega, que era la manera en la que Gil-Albert reconocía mejor ese amor, y un poco bajo el prisma del aventurero, del integrante de una tribu anarquista y rebelde, en donde el homosexual se posiciona como el disidente vitalicio por antonomasia. Heraclés es un pequeño tratado que recorre tiempos e ideas, entreverando citas y reflexiones propias, homenaje a Platón y al dios Antinoo, el llorado amante que se sacrificó para salvar al emperador Adriano. Pero sobre todo, antes que nada, es un tratado acerca de un carácter, de una pasión, de un modo del ser en el mundo que tantas veces ha caminado entre tinieblas...

Como muestra, va aquí este botón de su demorada prosa: “La norma de los ociosos no es la ética de los trabajadores, es la estética de los contemplativos. Ni necesitan trabajar ni divertirse. Se recrean, se saben ser; asisten, narcisísticamente, a su transformación paulatina dentro de un módulo dado. En el caso del homosexual esta virtud recreativa toma el aspecto de una embriaguez desolada; por lo exaltadamente que se produce en la soledad más estricta. Representa el antiascetismo vital, el esteticismo nato. Y como las obligaciones que nos inculca la materia le son intolerables es por eso que se adhieren en el amor, a aquella forma del mismo que no pasa de ser, en su estructura pasional, más que una imagen, sin consecuencia, de la atracción que opera en el Universo, una ínclita sugestión de la mente. Un juego ideal. El vehículo necesario para que todo ese afán de soledad recreada de sí mismo y de exaltación plástica del amado, se caldee por dentro y palpite como una entraña. O sea, se vitalice”

Yo conocí en persona Juan Gil-Albert a finales de 1981, cuando yo tenía 21 años y él 75. Era un hombre delicado y que aún se sorprendía de cosas completamente cotidianas que para nosotros eran la más triste evidencia. “Recuerdo estas calles de Madrid, más anchas, más hermosas, la gente paseando, cuando aún no había coches que llenaran las aceras”, decía. Solía quedarse en hoteles señoriales de la calle Velázquez, huyendo del barullo del centro de la ciudad. Allí nos recibía a los jóvenes poetas que le llevábamos nuestros versos inéditos.   Y todavía con muchas ganas de ligar. En cuanto podía, te invitaba a subir a su habitación, para probarte. Por si había suerte.

Era un hombre desusado, de otro tiempo, del suyo propio. Por entonces,o tal vez poco después, comenzaba a preparar el estreno de su Valentín, en la sala Olimpia de Madrid. Nosotros preparábamos la salida de la revista La Luna de Madrid, y le ofrecí colaborar desde el nº cero. Le hizo una ilusión enorme, “mi mejor reconocimiento”, dijo, que era pensar que jóvenes como nosotros, que teníamos fama bien ganada de airados y punkis, le ofreciéramos colaborar en nuestra revista posmoderna. 

Como he contado alguna vez, Juan no escribía ya por entonces, y cada mes, me dictaba la pequeña prosa que publicábamos en la revista en un pequeño recuadro, titulado Breviarum Vitae, a modo de pensamiento ilustrado. Aquí en esta bitácora ya me acordé de Juan en una nota que titulé Contra Corriente

Juan Gil-Albert nos animaba todos a seguir el impulso propio y creador que debía cristalizar en proyecto, como hicieran Rilke, Kandinsky o Juan Ramón. Juan era solidario como persona, pero individualista hasta la médula como creador. Destestaba lo que llamaba “la pseudointeligencia adocenada de nuestra “civilización fabril: febril”. Su divisa, por él mismo proclamaba en Los días están contados, escrito en 1952, y publicado en 1974, decía así: “Ayúdame a vivir contra corriente”. Era el primer verso de uno de sus sonetos. Reconocía él que era una divisa de pocos, de quienes se alejaban de lo multitudinario, y de todo aquello que la prensa y los medios machaconamente repetían, ese “todo anónimo de cabezas parlantes y corazones manufacturados”. Supongo que hoy estaría tal vez sorprendido, contemplando esa bandera de pocos que se han hecho, poco a poco, muchos... La inmensa minoría que se ha integrado en la mayoría, por fin...

viernes, 20 de marzo de 2015

Cuatro Poemas Circulares de J. L. Borges.

Cuando yo era adolescente, a finales de los setenta, y comenzaba a escribir, y aun durante los años ochenta, estaba en boga de los malos poetas de la Escuela de la Experiencia, y de otros epígonos cansinos del gran Ángel González, el criticar la poesía de Borges. Tampoco era bien vista su poesía en los círculos que frecuentaban las tertulias de Cuadernos Hispanoamericanos, como no gustaba Lezama Lima, y en general la poesía barroca latinoamericana. No gustaban del porteño sus rimas evidentes, su ritmo clásico, su historicismo narrativo, y menos aún la filosofía perenne y la poética de la analogía y la circularidad que anidaba en sus poemas. Decían estos además que Borges escribía muy buenos cuentos, pero llenos de “erudición prestada”, como si esta pudiera ser de otra manera, y que desde luego no era poeta. Para su desgracia, y pese a dominar gran parte de la escenografía de la crítica que se hacía en los medios hispánicos, Borges se impuso él solito, como se imponen los poetas, con su voz, con una voz, por cierto, casi indisociable en el hacer poético y en el hacer reflexivo.

Es cierto que la poética de Borges, y su conocimiento, y la plasmación de ese conocer en su poesía, es ajena del todo a la linealidad. La idea de un mundo que se desarrolla de una vez para siempre en un sentido le es totalmente ajena. No hay Razón en Historia, o desenvolvimiento de la misma, y por tanto nadie puede apropiarse de esa bandera para imponer una verdad sobre otra. Esta impresión, en política, lo hará demócrata y conservador, y cauto ante todo compromiso y militancia; posición adecuada para un porteño de La Recoleta, pero insostenible en Argentina.

El Universo y su perfeccionamiento en la Historia, para Borges, en realidad, es una cárcel. Podemos conocerlo por analogía, al margen de la causalidad, tal y como decía Octavio Paz que conocían los pueblos mesoamericanos a sus dioses. Su alegoría del alfabeto, y la construcción de un mundo imaginario de repeticiones a partir del mismo, ejemplifica su posición, si bien no debe ser tomada literalmente.

El alfabeto, nos dice Borges, tiene veinticinco signos; lo podemos combinar un número enorme pero limitado de veces. En el extremo, en el de un hombre inmortal, por ejemplo, las mismas páginas, los mismos escritos, y hasta los mismos pensamientos se han de repetir. Claro que esto sólo es concebible desde la divinidad, es decir, si tal hombre es Dios, o un dios. Primera trampa que nos tiende Borges. Y que le dará mucho juego, pues tal existencia divina sólo se puede comprender desde el aburrimiento o desde el sopor.

De este modo, llegamos al centro del laberinto tras descubrir un universo y descubrimos la puerta que nos conduce a la casilla de salida. El universo es por tanto una cárcel. Y lo que se postula de los libros y los signos se postula de los hombres. Así, tal vez no sea esta la primera vez que leéis estas reflexiones, pues ya nos hemos encontrado en otro confín del tiempo; y las casualidades que hasta aquí nos han traído son repeticiones de actos de otro. De otro que igual nos está soñando en otro universo paralelo, o que ya nos ha soñado, puesto que tal otro universo puede ir adelantado respecto del nuestro, o tal vez atrasado, y que influye sobre nosotros a modo de vaticinio. Son los sueños de Brahmá, que se repiten en Edades legendarias; las dudas de Arjuna, antes de entrar a la batalla de los Baratas, conjuradas por Krishna, preludio de una enseñanza eternamente presente.

Por este camino seríamos incapaces de convencer a los personajes de nuestros sueños de su irrealidad, como tampoco nos convencerían ellos de la nuestra, escenario similar al de los cuatro protagonistas de A puerta cerrada, de J-P Sartre, encerrados en una habitación o infierno, condenados tras una muerte que no recuerdan. Por estos senderos que se bifurcan, Borges es un especialista en tejer sueños de un sueño con pretensiones de lógica, en una noche interminable, con la amenaza de no despertar rozándonos o seduciéndonos, en un ejercicio de cuerpos y sombras digno del mejor Zorrilla.

Los temas de Borges regresan cíclicamente; son frases y formas que dejan intuir sucesivas series, como lo supieron los alumnos de Pitágoras, por él citados tantas veces. Y por esa misma razón, Borges se copia y corrige sin descanso, o se matiza o se contradice entre texto y texto, ya sea éste poema, relato o ensayo. Si el destino está enmascarado, Borges no duda en presentarse a esa cita con nuevos y variados disfraces en los que rehace el tiempo ido, y teje el porvenir. Ariadna, Penélope, Proteo, cualquier nombre sirve. No importa tanto el resultado final si pensamos que todos escribimos el mismo libro; un libro ya escrito que fatalmente todos ignoramos. De aquí nace el interés literario y vital de Borges por la Kábala, por el delirio de dar vida a ese Golem que esta, según escuelas, admite, y en general, por el sueño de conocer los nombres de Dios y de cartografiar hasta el límite el Libro del Génesis, un texto sin arbitrariedades, dictado por la misma divinidad. Borges, en su demoledora e irónica astucia, aspira a conocer la Totalidad mediante la interpretación del libro sagrado.

Pero Borges, alter ego de Homero, es al mismo tiempo un escéptico radical, un pragmatista inglés que descree de los sentidos, que son engañosos, un anarquista de pensamiento que necesita de esos espejos que teme y desprecia para reconstruirse. Ante la realidad, la Totalidad borgiana se quiebra como la luz se parte sobre sobre el prisma, y pierde sus sentido. Su existencia dura lo que dura el reflejo de su imagen y Borges necesita escucharse para creerse. Su ceguera final será un acicate para lanzar esa interrogación acerca de su propio nombre.

¿Quién es Borges? ¿El aventurero que no fue? ¿El malevo que soñó ser? ¿El militar de la frontera? ¿El europeo continental, el inglés, el americano? ¿El orientalista? ¿El erudito? Borges, que cumplirá con todas esas vidas que no fue, en sus escritos, aspira con ellas a borrar al otro Borges que las escribe. Con una prosa rigurosa y ordenada, y con una poesía contenida, pensada, Borges nos propone un mundo caótico, donde la invención, la virtud suprema del Gran Hacedor, queda sujeta a unas claves secretas que debemos reconocer. En ese reconocimiento nuestro subyace su forma de afirmarse en este mundo.

De entre todos mis preferidos, y para encuadrar estas líneas de homenaje,  he seleccionado estos Cuatro Poemas Circulares, dos de los años veinte y dos de los sesenta.

Líneas que pude haber escrito y perdido hacia 1922
(Fervor de Buenos Aires,  1923)

Silenciosas batallas del ocaso
en arrabales últimos,
siempre antiguas derrotas de una guerra del cielo,
albas ruinosas que nos llegan
desde el fondo desierto del espacio
como desde el fondo del tiempo,
negros jardines de la lluvia, una esfinge de un libro
que yo tenía miedo de abrir
y cuya imagen vuelve en los sueños
la corrupción y el eco que seremos,
la luna sobre el mármol,
árboles que se elevan y perduran
como divinidades tranquilas,
la mutua noche y la esperada tarde,
Walt Whitman, cuyo nombre es el universo,
la espada valerosa de un rey
en el silencioso lecho de un río,
los sajones, los árabes y los godos
que, sin saberlo, me engendraron,
¿soy yo esas cosas y las otras
o son llaves secretas y arduas álgebras
de lo que no sabremos nunca?


Mi vida entera
(Luna de enfrente, 1925)

Aquí otra vez, los labios memorables, único y semejante a vosotros.
He persistido en la aproximación de la dicha y en la intimidad de la pena.
He atravesado el mar. He conocido muchas tierras; he visto una mujer y dos o tres hombres.
He querido a una niña altiva y blanca y de una hispánica quietud.
He visto un arrabal infinito donde se cumple una insaciada inmortalidad de ponientes.
He paladeado numerosas palabras.
Creo profundamente que eso es todo y que ni veré ni ejecutaré cosas nuevas.
Creo que mis jornadas y mis noches se igualan en pobreza y en riqueza a las de Dios y a las de todos los hombres.


A la efigie de un capitán de los ejércitos de Cromwell
(El Hacedor, 1960)

No rendirán de Marte las murallas
a éste, que salmos del Señor inspiran;
desde otra luz (desde otro siglo) miran
los ojos, que miraron las batallas.
La mano está en los hierros de la espada.
Por la verde región anda la guerra;
detrás de la penumbra está Inglaterra,
y el caballo y la gloria y tu jornada.
Capitán, los afanes son engaños,
vano el arnés y vana la porfía
del hombre, cuyo término es un día;
Todo ha concluido hace ya muchos años.
El hierro que ha de herirte se ha herrumbrado;
estás (como nosotros) condenado.

  
Everness
(El otro, el mismo, 1964).

Sólo una cosa no hay. Es el olvido
Dios que salva el metal salva escoria
y cifra en Su profética memoria
las lunas que serán y las que han sido.

Ya todo está. Los miles de reflejos
que entre los dos crepúsculos del día
tu rostro fue dejando en los espejos
y los que ira dejando todavía.

y todo es una parte del diverso
cristal de esa memoria, el universo;
no tienen fin sus arduos corredores

y las puertas se cierra a tu paso;
sólo del otro lado del ocaso
verás los Arquetipos y Esplendores.