LOS COMENTARIOS

To the Happy Few: espero que estos comentarios y las otras ideas o divagaciones que siguen en la bitácora presente puedan ser de alguna utilidad a quien quiere seguir o ya está en este oficio o carrera de las letras, ya porque sea muy joven y no tenga a quién acudir, o ya porque no siendo joven de cuerpo sí lo sea de espíritu, y desee o considere que es adecuado, con toda llaneza, combatir de este modo que ofrezco el aburrimiento...

Las reglas de uso que propongo al usuario son simples: que tus comentarios busquen la contundencia de la piedra lanzada y suspendida en el aire, buscando allí afinar la idea.

Deseo también que estos pequeños dardos de este diario personal que aquí inicio sirvan como disparadero de ideas para otros proyectos ajenos destinados a otros espacios.

Por último, los diálogos que se produzcan los consideraré estrictamente privados. Y no es preciso poner punto final a los mismos, pues incluso los ya transitados pueden recrudecerse pasado un tiempo.

domingo, 27 de marzo de 2011

Las aguas leteas (II). Platón, Píndaro, Cernuda, Borges.

¿Escribimos porque pensamos que la literatura es un antídoto de eternidad contra el olvido? Es el sueño humano, demasiado humano de Nietzsche. Escribimos para conjurar esa maldición, para que esa piedra sepultada entre ortigas de la que nos habla Cernuda siga siendo memoria, para que el sueño de una sombra que evoca Píndaro dibuje su silueta sobre el lienzo de esa muralla larga que vamos recorriendo, que es la vida, sin cesar, hasta que un día nos quedamos sobre ella dibujados, convertidos en jeroglifo, (hieros-glifos) escritura sagrada o palabra divina hecha por nosotros para ver pasar a los demás.
El olvido, o el infierno, sería así como un largo pasillo entre murallas pobladas de ojos petrificados, uno de esos laberintos amargos que construyó Bruce Nauman.  El cielo, en cambio, sería ese mismo laberinto de pasillos, pero adentro de la muralla, allí donde nos espera la inmensa biblioteca imaginada por Jorge Luis Borges, allí donde los dioses están dibujados por nosotros a nuestra imagen y semejanza, como clavos de memoria sujetando el armazón del tiempo.
Platón nos describe de este modo el trance final que estamos indagando: “en el momento en que todas las almas hubieron pasado, se trasladaron a la llanura del leteo, allí donde habita el olvido. Experimentaron entonces un calor insoportable, puesto que en este llano no hay ni plantas ni árboles. Al llegar la tarde,  las almas se apostaron para pasar la noche junto al río Ameles, donde habita el descuido y la precariedad, y cuya agua no puede ser contenida en ninguna vasija”.
Ninguna sed puede ser socorrida en ese río inclemente que nos describe el filósofo-poeta. Morir, olvidarse de uno mismo, equivale a desecarse, a amojamarse en ese desierto sin memoria, junto a un río en cuyas aguas nuestras manos resbalan, inútilmente tratando de amarrar los nombres de las cosas, nuestro pasado ya disuelto en polvo por la llanura hirviente, extinguida la gloria efímera  de la posesión del cuerpo.

Dice Luis Cernuda, extramuros:

“Donde habite el olvido,
En los vastos jardines sin aurora;
Donde yo solo sea
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.

Donde mi nombre deje
Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
Donde el deseo no exista.

En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
No esconda como acero
En mi pecho su ala,
Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.”

Dice Píndaro, extramuros:

“En un instante
se acrece el deleite de los mortales,
en un instante también se viene al suelo,
derribado por una sentencia inflexible.
Seres efímeros: ¿qué es cada uno de nosotros,
qué no es? Sueño de una sombra
es el hombre.”

Dice Borges, intramuros:

“La Biblioteca es ilimitada y periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el Orden). Mi soledad se alegra con esa elegante esperanza”.

martes, 8 de marzo de 2011

Las aguas leteas (I). Gil de Biedma.

Poeta y joven: todo casa; o casaba. Tal vez por eso los poetas nos buscamos. Y lo hacemos incluso a partir de un cierto momento, cuando ya comprendemos “que la vida iba en serio” y que el argumento desagradable de la obra se ha cumplido contra uno mismo, por acordarnos de esos adelantados Poemas Póstumos de Jaime Gil de Biedma. Y tal vez para no perderse del todo escuchando la voz propia, con sus acentos, desde el aislamiento más íntimo, nos obligamos de vez en cuando a acudir al encuentro con poetas mayores, para confirmar en ellos nuestra propia locura, esa que le hacía preguntarse al poeta, al final de su vida: ¿por qué escribí?
El ejercicio de la poesía, al cabo, no es profesión, excepto para algunos expertos en premios y asiduos visitantes de bodeguillas y covachuelas administrativas del Estado donde se reparten influencias, prebendas y sinecuras. Para el resto de los mortales, la poesía es un misterio, y resulta por ello completamente natural que los poetas busquen de vez en cuando la validación de sus peregrinas intuiciones en la compañía de quienes les han precedido en experiencia. Aquí no se puede acudir a gremio blasonado de estatutos. Y aquel que ha decidido ser poeta sabe que está sólo con su misterio y que debe prepararse para llevar adelante su decisión. Más le vale entender esto pronto. Pues aprender a ser un encajador, como decía en epílogo famoso nuestro poeta catalán citado, es tarea de toda una vida.
Por último, la poesía es sobre todo un viaje interior, incluso un viaje en donde lo externo al poeta es reconducido por este hacia sus propias aguas, consonado el mundo en sus propias aguas leteas. Tal vez para subrayar ese rasgo la antigüedad nos legó el mito de importantes poetas ciegos. Homero lo era. Y también Tiresias, a quien Zeus Crónida concedió el don de la adivinación para compensarle de la ceguera que le había causado la destemplada y vengativa Hera, y todo por la fruslería de haber dictaminado este que los hombres gozaban más que las mujeres a la hora de ayuntarse.