LOS COMENTARIOS

To the Happy Few: espero que estos comentarios y las otras ideas o divagaciones que siguen en la bitácora presente puedan ser de alguna utilidad a quien quiere seguir o ya está en este oficio o carrera de las letras, ya porque sea muy joven y no tenga a quién acudir, o ya porque no siendo joven de cuerpo sí lo sea de espíritu, y desee o considere que es adecuado, con toda llaneza, combatir de este modo que ofrezco el aburrimiento...

Las reglas de uso que propongo al usuario son simples: que tus comentarios busquen la contundencia de la piedra lanzada y suspendida en el aire, buscando allí afinar la idea.

Deseo también que estos pequeños dardos de este diario personal que aquí inicio sirvan como disparadero de ideas para otros proyectos ajenos destinados a otros espacios.

Por último, los diálogos que se produzcan los consideraré estrictamente privados. Y no es preciso poner punto final a los mismos, pues incluso los ya transitados pueden recrudecerse pasado un tiempo.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Volver a los antiguos. Ruina, pérdida, Eliot, Borges.

Me refiero a las lecturas, a las fuentes: todo eso nos hace más libres, de verdad, a la hora de pensar y de escribir. Y cuantas más veces lo hagamos más modernos y posmodernos seremos, es decir, más clásicos, que, tal y como van las cosas, quiere decir más heterodoxos.
Fíjate en este poema terrible y desolado Jorge Luis Borges que atribuye a su heterónimo Abulcásim el Hadrami, en su supuesto Diván del siglo XII. El poeta argentino confiesa, en la cúspide de su poder, su fracaso personal, tema querido en él:

El círculo del cielo mide mi gloria,
las bibliotecas de Oriente se disputan mis versos,
los emires me buscan para llenarme de oro la boca,
los ángeles saben de memoria mi último zéjel.
Mis instrumentos de trabajo son la humillación y la angustia;
ojalá yo hubiera nacido muerto.
Ahora le damos la voz a Thomas Stearns Eliot.
Indeed, the one thing that time is ever sure to bring about is the loss: gain or compensation is almost always conceivable but never certain.
Y volviendo a mis queridos griegos, en este paseo, que sólo con ellos casi bastaría para acariciar esa libertad, me conformo con estas recomendaciones de Solón de Atenas:
Pon a tus palabras el sello del silencio, y al silencio el de la oportunidad
o
Cultiva el trato con los amigos. No te hagas de prisa con amigos; mas no te deshagas de prisa de los que tengas.

martes, 30 de noviembre de 2010

El compromiso y la obra. Camus.

La trayectoria civil de un intelectual, artista o escritor, filósofo o historiador, sí es un dato relevante a la hora de leer a ese autor, a la hora de enjuiciarlo críticamente, a la hora de admirarlo, a la hora de recomendarlo.Del mismo modo que todo el pasado es relevante. Sólo por eso la historia es un ejercicio de virtud, pues nos trae esas dinámicas y esas pasiones que pertenecieron a nuestros antepasados. Claro que todo ello no debe paralizarnos. No podemos juzgar la obra de Roma por los esclavos que hizo en España y por la desgracia que trajo a tantas familias ibéricas, condenadas a las minas de Galicia o de Huelva. Pero sí debemos tener en cuenta ese aspecto, no olvidarlo.
Y cuanto más cerca se hallan de nosotros esos sucesos, más nos atañen, más nos compete estudiarlos y recordarlos. Las hogueras europeas en las que ardieron católicos y protestantes, brujas y herejes, judíos y disidentes están ahí, cerca de nosotros. La conquista y la esclavitud de las Américas, de África, están ahí. Y también están ahí las presentes opresiones e injusticias de tantos países islámicos, de China y de otros. Debemos tener esto presente a la hora de defender una ética de raíz universalista.
Con los autores individuales ocurre lo mismo. Podemos degustarlos y leerlos con pasión, a fragmentos o enteros. Las flaquezas y caídas morales no deben impedirnos el ejercicio libre de la lectura, y el disfrute de la magia del arte. Claro que siempre resplandecerán ante nosotros aquellos que nunca contaminaron sus manos con el crimen, con la barbarie, con el engaño.
Para Albert Camus hay una necesaria correspondencia entre hombre y obra. En 1937 escribió: "las filosofías valen lo que valen los filósofos. Cuanto más grande es el hombre más grande es el filósofo". Por eso mismo, no es irrelevante la actitud moral adoptada por el nazi de Friburgo por esas mismas fechas.

martes, 16 de noviembre de 2010

La vanidad. Simpson, Borges.

Máximo Simpson, el poeta argentino, me decía durante una visita a Madrid de hace pocos años que la vanidad es una falta de perspectiva, o que procede de ella. El poeta se halla al final de su periplo vital, recorriendo Europa. Y supongo que ese es el tipo de pensamiento estoico que mejor nos ayuda a enfrentar esos últimos años. Confrontados con la muerte, la nuestra, la de nuestra especie, la de cualquier civilización, la vanidad por el nombre o la de la carrera literaria pierde todo su sentido.
Pero no es menos cierto que ante una perspectiva tan vasta como la planteada por el poeta todo pierde su sentido. Hasta la vida. El extremo de ese argumento reflexivo es el que conduce el ideal del renunciante, del sadhu hindú o del eremita cristiano. En el caso del pensamiento hindú tradicional, las grandes edades cosmológicas concebidas como emanaciones del aliento de Brahmá hacen palidecer cualquiera de nuestras empresas. Y es que el pensamiento humano se conjuga en una escala inferior, y en este averno está su grandeza. Y es así que la falta absoluta de vanidad conduciría sin duda a la parálisis a la ataraxia de los místicos. Los sabían muy bien griegos y romanos, que buscaban la gloria que quedase en la memoria de los seres humanos, para de esa manera medirse con los dioses.
Me recuerda esto el conocido homenaje que Jorge Luis Borges dedica a un capitán de los ejércitos de Cromwell, sin duda inspirado por el diálogo que el divino Krishná y el joven auriga Arjuna sostienen en el Bhagavad Gita, sobre el carro, antes de la batalla:
Capitán, los afanes son engaños,
vano el arnés y vana la porfía
del hombre, cuyo término es un día; 
todo ha concluido hace ya muchos años. 
El hierro que ha de herirte se ha herrumbrado; 
estás (como nosotros) condenado.
 Es interesante aquí señalar un detalle que nos distrae de la nota, pero que es lo que hace que el poema sea argentino. Krishná hubiera dicho: "estás (como nosotros) liberado". Pero esto es inconcebible para un porteño.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Escribir es elegir. Sartre. Joyce.

Y la elección, por encima de otra cosa, es un principio individualista, incluso en la épica. Su impulso parte del conocimiento propio de que uno no es una parte de un todo mayor, replicable, repetible, y, en este sentido, la autoconsciencia de uno mismo es el único misterio que podemos tocar, experimentar. Es la isla, el hallazgo, el tesoro. Es frase hecha que repetimos que cuando un viejo muere en África es una biblioteca la que arde: el archivo oral de la misma sería la memoria que se extingue. Pero lo mismo predico yo de cada uno de nosotros. Pues en cada uno está a un tiempo el sueño de la eternidad y el olvido de la misma, quiero decir, una síntesis preciosa que antecede el reconocimiento de nuestro yo.
Fuera de todo esto está eso que llaman la consciencia colectiva, el sentido del pueblo, de nación. En otras palabras, todas esas tergiversaciones que emplea la historia para sojuzgar y someter a los individuos. Por ello nuestro primer paso hacia la libre elección como escritores, y como personas, consiste en liberarnos del pasado y desconfiar de la historia contada, razonada, y de todos los malentendidos que emplean los historiadores, y los conductores de pueblos, con el único objeto de mostrarnos que somos parte de algo que no es nosotros mismos.
Así lo veía Jean Paul Sartre: "el pasado es un lujo de propietario. ¿Dónde había de conservar yo el mío? Nadie se mete el pasado en el bolsillo; hay que tener una casa para acomodarlo. Mi cuerpo es lo único que poseo; un hombre sólo, con su cuerpo, no puede detener sus recuerdos, le pasan a través. No debería quejarme: sólo quise ser libre". En esta reflexión de Sartre se vislumbra la tensión entre sus dudas como individualista feroz que era y su pulsión de necesitar otros cuerpos, para entre todos acomodar esos recuerdos, el pasado, la historia.
De igual modo, James Joyce consideraba el patriotismo como el último refugio del pícaro. Y su gran lucha para hacerse escritor consistió en liberarse de la pesadilla del peso de la patria, del catolicismo y del deber para con todo eso. Como cuenta su hermano Stanislaus en My Brother´s Keeper, "consideraba que los poetas eran los verdaderos depositarios de la vida espiritual de la raza y que en ese sentido los clérigos eran unos usurpadores; la libertad fue una necesidad: la guía de su vida"..."Sostenía que el arte no tiene finalidad, que todo fin preestablecido lo falsifica, pero que tiene una causa llamada necesidad, la imperiosa necesidad de la imaginación de recrear la vida en una síntesis ordenada. Habló de la importancia del artista para la comunidad e insistió en su derecho a desarrollar libremente su personalidad, de acuerdo con su propia conciencia artística, sin colocarse en movimiento alguno ni hacerse vocero del mismo. La lucha con su propia alma le traía bastantes dificultades" (Pág. 161. Ed. Adriana Hidalgo. Buenos Aires.)
Yo practico en ciertos momentos ejercicios de desconexión, de vez en cuando, para comprender que mucho de lo que dicen las talking heads es del todo irrelevante. Está muy bien para dejar oír nuestra voz..., aunque sólo se oiga el silencio...

sábado, 30 de octubre de 2010

La metanoia y el amor. Cooper, Salinas, Valéry.

No es una droga química pero casi. Digamos que es el proceso que en su tercer grado nos permite conocer de verdad a los demás, en realidad, es una conversión total, un proceso de reconocimiento de nosotros mismos en la obra y yo creo que la literatura exige esto, ni más ni menos. Por eso lo comparo con el amor. Fue David Cooper el que dijo:
"Hacer el amor es bueno por sí mismo, y tanto mejor cuantas más veces se haga, de cualquier manera posible e imaginable, entre el mayor número de personas y durante la mayor cantidad de tiempo posible".
Y de alguna manera, cuando se escribe del amor, hay que sentirlo, o hay que recordar haberlo sentido, uno necesita estar "convertido" en sujeto paciente del amor mientras escribe. Ciertas cosas no se pueden fingir. ¿O tal vez sí? Dice Pedro Salinas:
"Iré rompiendo todo
lo que me echaron encima
desde antes de nacer.
Y vuelto ya al anónimo
eterno del desnudo,
de la piedra, del mundo,
te diré:
"Yo te quiero, soy yo". (La voz a ti debida).
Dice Paul Valéry:
"Yo, sólo tengo tus temores.
Mi contrición, mis dudas, mis aprietos,
son el defecto de tu gran diamante.
Pero en su noche, grávida de mármol,
un pueblo vago, entre raíces de árboles,
por ti se ha decidido lentamente". (El cementerio marino).

lunes, 18 de octubre de 2010

Prosa Paradojica. Ortega y Gasset.

Podemos no estar de acuerdo en lo que dice. Pero es muy difícil estar en desacuerdo en cómo lo dice. Me refiero a Ortega y Gasset. Cito dos ejemplos de aquel estilo paradójico que también practicó ese otro gran maestro de la prosa que fue José Bergamín:

El poseedor de cultura ya no aprende; ha olvidado todo lo que sabe para ser el que es.
El andaluz no es un desganado, sino un ganador de la nada, un aristócrata del tiempo. 
Este estilo que cultiva la agudeza, el witticism, conviene a toda prosa que quiera ser elegante, plural, y que practique un juego de aperturas, como un secreter que esconde en sus gavetas lo mejor de su hechura. Es también otro ejercicio de distancia, otra forma de la ironía, quizá  hasta un lenitivo contra la crueldad.
Tengo un amigo que es uno de esos llamados optimistas antropológicos; varias veces se ha arruinado en los negocios y otras tantas se ha levantado. Le suelo decir: a ti y a mí nos estarían llevando al paredón para fusilarnos y todavía me dirías, "calla, que nos podían haber mandado degollar".

miércoles, 13 de octubre de 2010

La fama. Los años ganados, perdidos.

¿En qué medida seria o en qué sentido profundo podemos decir o hablar de años ganados? Nuestra experiencia inmediata de historia, de la historia de lo acontecido en nuestra vida, y en la de nuestros padres y abuelos, y de la historia de lo leído y transcurrido nos dice que los años nunca se ganan sino que se pierden.
La historia, su periplo, para hacerse, nos hace perder todos los años, y, con ello, nuestra vida. Es así como un sujeto colectivo que nosotros hemos trascendentalizado se constituye a nuestras expensas, sobre nuestra chepa.
Pero nuestra conciencia interior, nuestra conciencia de individualidad, cualquiera que sea nuestra propia percepción de nosotros mismos, nos habla, nos sugiere, al contrario, de años ganados.
Esa consciencia de individualidad, me asusta decir nuestro yo, crece y se consolida, en sus miedos y en sus éxitos, sobre la percepción interior de un crecimiento por acumulación que nos sobrevive, que se sobrepone a nosotros desde la experiencia de esos años que se ganan.
Esa individualidad acrecida, sobrepujada, arrebatada a lo informe de ese sujeto colectivo que es la historia es lo que otros han llamado sucesivamente inmortalidad, o gloria, o fama, o recuerdo imperecedero. Supongo que también esto es lo que buscamos escribiendo libros o ejerciendo de artistas. ¿Un cielo de papel? Ahora, ¿una eternidad digital? En todo caso, el tiempo que pasa es uno de los temas centrales de todo individuo, de todo escritor, aunque no se note, aunque no se exprese. En mi caso lo ha sido y de manera expresa. Es posible que siempre me haya sentido un poco viejo por adelantado. A los 18 echaba de menos los 14. A los 30, los 20. Y así hasta hoy.

jueves, 7 de octubre de 2010

El control de las personas. La libertad del escritor.

En Manufacturando el consenso (1988) e Ilusiones necesarias (1989), entre otros libros, Noam Chomsky nos explica cómo se ejerce el control del pensamiento en las sociedades democráticas. Chomsky es uno de los grandes intelectuales libres de nuestro tiempo. Una mente lúcida e inquieta. Y este es un tema querido de los norteamericanos, en la tradición de eso que Alexis de Tocqueville llamó “soft despotism” o despotismo ligero en su libro sobre la democracia americana, publicado en 1835. Tuve la suerte de conocer a Chomsky, de prologarle un libro en la edición española (Año 501: la Conquista continúa, 1993). También le pude hacer una breve entrevista en Washington D. C. para El País, por esa época.
En esa línea, tengo la impresión, tal vez errónea, de que uno de los objetivos primordiales pero no declarados del proceso de “socialización del individuo”, del proceso de incorporación de este a la sociedad es el de idiotizar a ese mismo individuo. Las excepciones al consenso no sirven más que para justificar la teórica libertad que pregona el sistema. Este es un largo proceso de uniformización a través del sistema educativo, de catequesis religiosa, cívica y patriótica y de manipulación a través de los medios de comunicación. El resultado son individuos homologados y vestidos con un único patrón de ideas que recibe el nombre de consenso.

¿Es o puede ser el escritor una suerte de disidente? ¿Es aquel destinado a pensar “out of the box”? De alguna manera, y bien sé que hay todo tipo de escritores y de relaciones de estos con su sociedad, pero yo siempre he querido ver o sentir al escritor desde su rol, o desde su deber, de disidente. Todo libro sincero, toda frase honrada, debe formalizarse como una invitación a disentir. Y como un profundo ejercicio de libertad. Me gustaría que así fuera, y que nada se aceptase sin concurso de un debate propio. Y esto que digo no está la margen de esta regla, desde luego: ¿pido demasiado?

miércoles, 6 de octubre de 2010

Los mitos, los astros, y Alejo Carpentier.

El escritor inventa, finge o cree en distintas mitologías, referencias con los otros, no sólo con los de nuestro tiempo sino con los otros de otros tiempos. El mito es una manera de detener el tiempo puesto que nos pone en paridad con el tiempo de quienes lo crearon y nos hace dialogar con ellos en un mismo espacio-tiempo. Nosotros, además, al vivificarlo, lo reescribimos. El mito es una supercuerda que nos hace viajar en el tiempo, y es lo más cercano y accesible al mundo de la magia que el escritor posee. Los mitos pueden ser de todo tipo, utópicos o presentistas, laicos y civiles, gentiles y paganos, religiosos de toda laya y condición, filosóficos y siempre literarios. ¿Cuáles son nuestros mitos, nuestras mitologías más íntimas? Esas que soñamos despiertos, a veces.

Dice Alejo Carpentier:
“Por el nombre de las constelaciones remontábase el hombre al lenguaje de sus primeros mitos, permaneciéndole tan fiel que cuando aparecieron las gentes de Cristo, no hallaron cabida en un cielo habitado totalmente por gentes paganas. Las estrellas habían sido dadas a Andrómeda y Perseo, a Hércules y Casiopea. Había títulos de propiedad suscritos a tenor de abolengo, que eran intransferibles a simples pescadores del lago Tiberiades -pescadores que no necesitaban de astros, además, para llevar sus barcos adonde Alguien, próximo a verter su sangre, forjaría una religión ignorante de los astros”
(Sofía, en El siglo de las luces. Pág. 358, 1962).

martes, 5 de octubre de 2010

La ironía. Un ejemplo de Valle-Inclán y otro de Fernando Pessoa.

Supongo que relacionado con ese ejercicio de distancia al que antes aludía selecciono estas dos citas que nos pueden ayudar a pensar de otra manera. En la cita de Valle-Inclán hay muchas cosas, desde el esteticismo muy propio de su época de finales del siglo XIX y del amor por las ruinas y los jardines dolientes hasta esa postura muy literaria y querida por todos que nos hace simpatizar con los perdedores.
En la cita de Pessoa, se cierra otro círculo gigantesco de ironía, casi filosófico, donde el todo y la nada se funden, y donde el poder del poeta, en su soledad o en su delirio, le hace transcender el mundo entero, pareciéndose al Dios, o siendo uno de ellos.

Dice Valle-Inclán:
“Yo hallé siempre más bella la majestad caída que la sentada en el trono, y fui defensor de la Tradición por estética. El Carlismo tiene para mí el encanto solemne de las catedrales, y aún en los tiempos de guerra me hubiera contentado con que lo declarasen monumento nacional”.
(Marqués de Bradomín, en Sonata de invierno, 1905)

Dice Fernando Pessoa:
“No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo”.
(Tabaquería, de Álvaro de Campos, heterónimo de Fernando Pessoa, 1928)

lunes, 4 de octubre de 2010

La Nacionalidad, según Luis Cernuda.

Dice Luis Cernuda:

“Sí, soy español, lo soy
a la manera de aquellos que no pueden
ser otra cosa: y entre todas las cargas
que, al nacer yo, el destino pusiera
sobre mí, ha sido esa la más dura.
No he cambiado de tierra,
porque no es posible a quien su lengua une,
hasta la muerte, al menester de poesía”.
                                   (Peregrino. Desolación de la Quimera, 1962).

Viene siempre bien hacer una reflexión sobre esto y sobre nuestra relación con nuestra lengua, con la de cada uno. Cernuda se encontraba en el exilio. Pero él habla de otra tierra, que es la del menester (lo necesario), la del oficio de poeta. De modo que su lengua y su nación vienen a coincidir casi o a ser lo mismo. Pero al tiempo nos habla de destino. La literatura es un destino, es algo que uno no parece haber elegido, sino que lo elige a uno. En este sentido, nos deberíamos preguntar siquiera si este oficio puede ser enseñado.