Y la elección, por encima de otra cosa, es un principio individualista, incluso en la épica. Su impulso parte del conocimiento propio de que uno no es una parte de un todo mayor, replicable, repetible, y, en este sentido, la autoconsciencia de uno mismo es el único misterio que podemos tocar, experimentar. Es la isla, el hallazgo, el tesoro. Es frase hecha que repetimos que cuando un viejo muere en África es una biblioteca la que arde: el archivo oral de la misma sería la memoria que se extingue. Pero lo mismo predico yo de cada uno de nosotros. Pues en cada uno está a un tiempo el sueño de la eternidad y el olvido de la misma, quiero decir, una síntesis preciosa que antecede el reconocimiento de nuestro yo.
Fuera de todo esto está eso que llaman la consciencia colectiva, el sentido del pueblo, de nación. En otras palabras, todas esas tergiversaciones que emplea la historia para sojuzgar y someter a los individuos. Por ello nuestro primer paso hacia la libre elección como escritores, y como personas, consiste en liberarnos del pasado y desconfiar de la historia contada, razonada, y de todos los malentendidos que emplean los historiadores, y los conductores de pueblos, con el único objeto de mostrarnos que somos parte de algo que no es nosotros mismos.
Así lo veía Jean Paul Sartre: "el pasado es un lujo de propietario. ¿Dónde había de conservar yo el mío? Nadie se mete el pasado en el bolsillo; hay que tener una casa para acomodarlo. Mi cuerpo es lo único que poseo; un hombre sólo, con su cuerpo, no puede detener sus recuerdos, le pasan a través. No debería quejarme: sólo quise ser libre". En esta reflexión de Sartre se vislumbra la tensión entre sus dudas como individualista feroz que era y su pulsión de necesitar otros cuerpos, para entre todos acomodar esos recuerdos, el pasado, la historia.
De igual modo, James Joyce consideraba el patriotismo como el último refugio del pícaro. Y su gran lucha para hacerse escritor consistió en liberarse de la pesadilla del peso de la patria, del catolicismo y del deber para con todo eso. Como cuenta su hermano Stanislaus en My Brother´s Keeper, "consideraba que los poetas eran los verdaderos depositarios de la vida espiritual de la raza y que en ese sentido los clérigos eran unos usurpadores; la libertad fue una necesidad: la guía de su vida"..."Sostenía que el arte no tiene finalidad, que todo fin preestablecido lo falsifica, pero que tiene una causa llamada necesidad, la imperiosa necesidad de la imaginación de recrear la vida en una síntesis ordenada. Habló de la importancia del artista para la comunidad e insistió en su derecho a desarrollar libremente su personalidad, de acuerdo con su propia conciencia artística, sin colocarse en movimiento alguno ni hacerse vocero del mismo. La lucha con su propia alma le traía bastantes dificultades" (Pág. 161. Ed. Adriana Hidalgo. Buenos Aires.)
Yo practico en ciertos momentos ejercicios de desconexión, de vez en cuando, para comprender que mucho de lo que dicen las talking heads es del todo irrelevante. Está muy bien para dejar oír nuestra voz..., aunque sólo se oiga el silencio...