LOS COMENTARIOS

To the Happy Few: espero que estos comentarios y las otras ideas o divagaciones que siguen en la bitácora presente puedan ser de alguna utilidad a quien quiere seguir o ya está en este oficio o carrera de las letras, ya porque sea muy joven y no tenga a quién acudir, o ya porque no siendo joven de cuerpo sí lo sea de espíritu, y desee o considere que es adecuado, con toda llaneza, combatir de este modo que ofrezco el aburrimiento...

Las reglas de uso que propongo al usuario son simples: que tus comentarios busquen la contundencia de la piedra lanzada y suspendida en el aire, buscando allí afinar la idea.

Deseo también que estos pequeños dardos de este diario personal que aquí inicio sirvan como disparadero de ideas para otros proyectos ajenos destinados a otros espacios.

Por último, los diálogos que se produzcan los consideraré estrictamente privados. Y no es preciso poner punto final a los mismos, pues incluso los ya transitados pueden recrudecerse pasado un tiempo.

sábado, 6 de octubre de 2018

EL CAMINO DE ADRIANO. (UN VERANO INGLÉS)


Ya está en librerías, o eso espero, claro, si los buenos libreros y los que son lectores amigos, así lo quieren y promueven, mi nuevo libro, El Camino de Adriano (un verano inglés), en el sello Evohé, colección Periscopio. Se trata de un ensayo literario, si se me permite, un poco a la antigua usanza, esto es, un ensayo más acerca de la historia o con la historia, que histórico a secas.
En este libro, uno de los quereres implícitos ha sido el de hacer una pregunta por los antecedentes que hasta aquí nos han traído, en la medida en la que esos antecedentes, y la ansiedad que nos genera su influencia, como diría Harold Bloom, configuran o instigan una pregunta acerca del presente que somos y nos contiene, y aquello que define nuestro estar y nuestro ser en el mundo. No es la primera vez que parto de pareja pregunta.


Como en otros libros míos, El Club de la InfamiaLa doma del elefanteEl Rey de Ramnagar, se presenta aquí una suerte de ensayo literario y de historia, híbrido, como se dice ahora, puesto que en él hay viaje, imaginación, investigación, conjetura, y, hasta si me apuran, excursionismo cultural. Pues me he permitido hacer también una romántica re-lectura de la afamada Guía de los Lagos que el poeta William Wordsworth escribió en 1835, en última edición, con el designio de animar al paseante culto a internarse en estas tierras de Inglaterra y conocerlas mejor, de primera mano.
El Camino de Adriano, (un verano inglés) es, asimismo, una reflexión muy libre acerca de las heridas de las guerras y de la historia humana que, en general, funcionan o se presentan ante nosotros a modo de exvotos del tiempo, discursos interrumpidos que devienen fragmentos, edificios y proyectos en decadencia, objeto de investigadores, coleccionistas, museógrafos, paisajistas y otros restauradores que, a su vez, con las ruinas del pasado construyen otra representación para nosotros.
Porque el Camino que bordea el Muro de Adriano, y el Muro mismo, es una gran y larga ruina de 130 km que separa Inglaterra de Escocia, y también podemos decir, un tempo de otro, que poco tiene que ver con el de la grandes y modernas metrópolis británicas... Es, por tanto, un viaje al pasado que está aquí, todavía entre nosotros, como una lengua antigua que todavía podemos comprender.

Este viaje al pasado y al presente, en estos tiempos en los que el fantasma del nacionalismo y el particularismo recorre Europa, y en los que el Reino Unido quiere construir un muro llamado Brexit sobre el Canal de la Mancha, esconde una clara intención cosmopolita. Encierra, por tanto, un viaje al mundo del emperador hispanorromano que lo mandó construir; un emperador culto, un helenista practicante del poliamor a la griega, un devoto de los misterios órficos, mitraicos y délficos, un viajero incansable y curioso, un ser humanitario, pacifista para la época y universalista, en la línea de la filosofía estoica que profesaba, y que le hacía comprender que el mundo de Roma ya era el mundo del todo el imperio y, por qué no, de la humanidad. 

El libro se centra en el Camino que mandó construir Adriano, pero también es un homenaje a la figura de este emperador e intelectual estoico, lector de Epicteto y su Enquiridión, compilado por Flavio Arriano, historiador del círculo de Adriano, al igual que Suetonio, y donde reviso el episodio de su amor por Antinoo, ese joven bitinio que lo trajo de cabeza y que murió en río Nilo en extrañas circunstancias que me permito comentar. De ahí, a la posteridad, esto esto es, a la divinidad. Puesto que Antinoo, como Cristo, subió a los cielos. Adriano, como comento en el futuro libro El Anillo de Giges, mi tercero sobre El Camino de Santiago, que ya está casi finiquitado, era un cultor de esa sexualidad antigua, y tal vez ahora moderna o en pruebas de la que habrá de germinar el hombre nuevo, o la mujer nueva, o el andrógino, a modo de eterno retorno al origen, del que hablaba Platón en El Banquete, hasta que Zeus dividió a ese ser y creó el hombre y la mujer. Adriano buscó ser ese "ser en el límite", que diría Eugenio Trías, un héroe, puesto que en puridad el sexo, o mejor, la sexualidad del héroe o de la heroína, durante sus aventuras y viajes, es siempre indecisa hasta que regresan al mundo de los mortales y adquieren una condición social determinada, estratificada.
Lo vemos en los casos de ambigüedad que afectan a Orfeo y a Herakles. En rigor, como dijimos antes acerca de la divinidad, el héroe posee una condición angelical trans. Y eso es un poco lo que el pasaba a Adriano. En un contexto, por lo demás, en donde todos los emperadores disfrutaban de colegios de pajes y efebos coperos, lo que no les impedía cumplir con su deberes hacia la familia imperial. 

El Camino de Adriano (un verano inglés) es también el testimonio de un viaje en efecto realizado, y como tal queda consignado en sus etapas y consejos que se brindan para que otros diletantes y degustadores de las cosas del pasado puedan rehacerlo, o completarlo. Por esa razón y no por otra lleva el sobrenombre de «verano inglés». Pues, al tiempo que propone un itinerario sui generis de una época, nos permite realizar una incursión que refresca nuestra memoria, trayendo hasta nosotros a muchos de los habitantes de ese pasado que poblaron estas tierras.
Así, por ahí desfilan algunas de las cuitas de los viejos pueblos paganos, celtas, o sajones y anglos, entre otros, y el mundo de antaño, con sus hadas y sus druidas, con sus arturos primitivos y sus caballeros medievales, con sus abadías cubiertas de hiedra, y con esos castillos vencidos que señalaban la ruda y guerrera marca entre Escocia e Inglaterra. Un mundo de la frontera que está ahí pero que con un poco de esfuerzo también está aquí, como canta W. H. Auden en su poema Roman Wall Blues, entre algunos poetas convocados que me he permitido traducir, para que nos ilustren y animen durante la marcha.
Y por fin, para terminar de nuevo con Adriano, que es nuestro protagonista, El Camino de Adriano, (un verano inglés), es también un sueño de Europa, el de un itinerario cultural y el de un patrimonio compartido que tal vez imaginó Roma, o Publio Virgilio a través de Eneas, y que con mucho esfuerzo seguimos todos alentando, interpretando, a veces con intenciones aviesas, otras gracias a nuevas lucubraciones originales, como gustaba decir a nuestro admirado Juan Eduardo Cirlot. Espero que este, mi pequeño Adriano, sea una de ellas.
Diminutos lagos que jalonan el camino



Lannercost Abbey


El Puente del río Tripalt  

Wyvern. Abadía Benedictina de Santa Werburga, luego Catedral de Chester

El camino entre bosques


  


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