LOS COMENTARIOS

To the Happy Few: espero que estos comentarios y las otras ideas o divagaciones que siguen en la bitácora presente puedan ser de alguna utilidad a quien quiere seguir o ya está en este oficio o carrera de las letras, ya porque sea muy joven y no tenga a quién acudir, o ya porque no siendo joven de cuerpo sí lo sea de espíritu, y desee o considere que es adecuado, con toda llaneza, combatir de este modo que ofrezco el aburrimiento...

Las reglas de uso que propongo al usuario son simples: que tus comentarios busquen la contundencia de la piedra lanzada y suspendida en el aire, buscando allí afinar la idea.

Deseo también que estos pequeños dardos de este diario personal que aquí inicio sirvan como disparadero de ideas para otros proyectos ajenos destinados a otros espacios.

Por último, los diálogos que se produzcan los consideraré estrictamente privados. Y no es preciso poner punto final a los mismos, pues incluso los ya transitados pueden recrudecerse pasado un tiempo.

sábado, 10 de noviembre de 2012

Éxitos o malentendidos. Lawrence Durrell.

La relación del poeta, del autor por antonomasia, en particular, con su obra, siempre estuvo en general más ligada con el sentido de la gloria por alcanzar y de la memoria por dejar, en esas obras, que con el público que la leyere en ese momento. No quiero decir que eso último no importase. Para nada. Siempre que ha habido cierto sentido de democracia, de tolerancia a la hora de emitir la opinión, y por tanto público dispuesto a recibir doctrina o arte sin castigo, ya fuera en tiempos de Grecia o en los nuestros burgueses, el autor ha cortejado el decir de la gente, aunque sólo fuera por aquello de la necesidad de sentirse parte del mundo. Casi podemos pensar lo mismo de filósofos y profetas; y por supuesto de novelistas.

Incluso en estos años de crisis que nos acercan a todos, autores minoritarios y mayoritarios, de inéditos o de réditos, ¿acaso puede haber un escritor digno de tal nombre que no sacrificaría gustoso, si se le pudieran ofrecer seguridades, el éxito de hoy por la fama imperecedera de mañana? ¿La vida incómoda y llena de estrecheces de lo que nunca deja de ser un momento a cambio de la fortuna literaria de la posteridad? Es verdad que nos hemos protestantizado un tanto, por seguir a Weber, y habrá alguno que dude entre la vida muelle de ahora y el silencio de mañana. Pero este que dude poco digno será de la verdadera grey que desde tiempo inmemorial honra en el altar de la Diosa Blanca.

El éxito en vida y la gloria eterna, la de la memoria de los hombres, por supuesto que también se ha dado o coincidido; pero con más frecuencia el reconocimiento ha sido más bien tardío, hacia el final de la vida de uno o, sencillamente, tras el tránsito hacia lo desconocido que es la muerte. No sé si es deseable la conjunción de ambas instancias, pero incluso en el caso de los autores de ambiciones religiosas, sólo ha sido el tiempo el que ha dado la verdadera medida a aquella creación profética cuya potencia perturbadora aspiró a dogma de fe. Pensando sólo en algunos de los Justos, ¿fracasaron en vida el Maestro Kong, nuestro Confucio, o Jesús de Nazaret? ¿Sidarta Gautama o Sócrates? Es posible que esta pregunta retórica sea de aplicación más discutible para estos últimos mentados, quienes nos dirían, especulo, que el éxito o la gloria de su mensaje está en relación con el sentido de pureza y de autenticidad del mismo, y no tanto con el de su extensión, perdurabilidad o nombradía. Si es así, ambos cuatro han fracasado, muy notablemente, puesto que su éxito sólo ha sido posible gracias a un formidable malentendido.

Esto me recuerda un bello poema de mi venerado Lawrence Durrell, y es el que dedica a Horacio, tras su lectura en la edición de clásicos de James Loeb. El poema lleva el título de "On First Looking into Loebs´s Horace" (Un primer vistazo en el Horacio de Loeb"). El poema es un recuento o trasposición de los azares del poeta romano, cuya última estrofa, la que aquí nos conviene, dice así:
 

So perfect a disguise for one who had
Exhausted death in art -yet who could guess
You would discern the liar by a line,
The suffering hidden under gentleness
And add upon the flyleaf in your tall
Clear hand: `Fat, human and unloved,
And held from loving by a sort of wall,
Laid down his books and lovers one by one,
Indifference and success had crowned all´.

Que en una traducción aventurada y atrevida propongo como:


Oh tan perfecto disfraz para quien
vació la muerte en arte - y aún adivinar pudiera
o discernir al mentiroso por una línea,
al sufriente oculto en cortesías
y anotar en la alta celosía

de su clarísima palma: 'Gordo, humano y malquerido,
separado del amor por una especie de muro,
derribados libros y amantes uno a uno,
coronados de indiferencia y éxito todos han sido.

 

¿Perduramos, pues, a costa de una tergiversación que combina en el supuesto éxito la indiferencia de una vida que ya no lo es? ¿Es la memoria un equívoco que con dificultad deshacemos?

Y sin embargo, estas mismas palabras de un 10 de noviembre de 2012, en un día lluvioso de Madrid, mientras escucho a lo lejos, en el salón, las sonatas de piano de Beethoven, ¿es todo ello acaso la prueba en contrario de que ese equívoco puede revelarse como parte de una trascendencia pagana que nos trae hasta hoy a Horacio y a Durrell? ¿Reviven al presente en el recuerdo? ¿Recobran vida ambos? Sin duda ni el uno puede apurar el cálido vino ni el otro recuperar al amante, pero, ¿en nuestra apelación de hoy, qué hay de ellos que resplandece en la oscurísima tarde de este frío otoño?

 

 

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