Texto del comisario, José Tono Martínez
A finales de los años 70 y hasta bien entrados los años 80 se produjo una suerte de momento y movimiento creativo vital, cultural, y social de participación popular que cambió las reglas del juego de lo que entonces se entendía como cultura, hasta entonces patrimonializada por élites tradicionales. En el contexto del debate modernidad-posmodernidad, la alta cultura se deja contaminar por la baja, y se hace fluida, híbrida.
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La Luna de Madrid |
De
aquellas derivas han pasado unos 40 años, y poco a poco se van haciendo museo.
El epicentro de la Movida fue Madrid, por primera vez emancipada del
sambenito de ciudad franquista, y por ello su onda fue centrípeta,
atrayendo los numerosos electrones libres de otras ciudades, y, al tiempo,
expansiva, afectando a toda España. Sin buscarlo, fue así el último movimiento
total de carácter nacional, estatal: un estado de ánimo, transitorio,
imaginario, pero que ha dejado huella. Lo llamamos hoy feliz, porque fue
muy libre, muy libertario, muy pegado a las calles recuperadas como si estas
fueron los dedos del cuerpo de una ciudad. Si bien es cierto que el fantasma
del sida acechaba a la vuelta de la esquina.
Hace
muchos años escribí una frase que hizo fortuna: «Si viviste
los 80 y te acuerdas es que no los viviste». En este sentido, la década de la Movida supone un canto optimista y
presentista, un cuestionamiento del principio de autoridad, por la juventud de
los actores que se abren paso y hacen del principio del placer y la autonomía
personal un mandato ético y estético. Así, es la primera generación que, por
ejemplo, incorpora una estética gay o de género diluido, y que no teoriza la
diferencia, sino que la practica, despreciando todo esencialismo. El contexto
de la década es el de una carencia de medios endémica y el de una ruina
generalizada. Pero la ausencia de un estado protector y rico se superará con
ingenio, improvisación y espontaneísmo. Pues la Movida no fue dirigida
ni dirigista. Fue grupal, local y ciudadana, con acciones que se hacían
y deshacían de la noche al día, y que buscaba la “actualidad como capacidad del
actuar”, como escribió Pedro Almodóvar por la boca de su personaje Patty
Diphusa, en las páginas de La Luna de Madrid.
Madrid me mata (Cigarro) 1982 (C) Juan Ramón Yuste |
Dos precisiones finales. Como siempre sucede en todo corte o antología, ceñidos por un límite de espacio, se hace preciso decir que no están todos los que son. Al tiempo, me parece interesante señalar que una gran parte de la obra seleccionada, al proceder de colecciones particulares, apenas ha sido vista por el público, lo que espero suponga un aliciente a la hora de degustar esta exposición.
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