LOS COMENTARIOS

To the Happy Few: espero que estos comentarios y las otras ideas o divagaciones que siguen en la bitácora presente puedan ser de alguna utilidad a quien quiere seguir o ya está en este oficio o carrera de las letras, ya porque sea muy joven y no tenga a quién acudir, o ya porque no siendo joven de cuerpo sí lo sea de espíritu, y desee o considere que es adecuado, con toda llaneza, combatir de este modo que ofrezco el aburrimiento...

Las reglas de uso que propongo al usuario son simples: que tus comentarios busquen la contundencia de la piedra lanzada y suspendida en el aire, buscando allí afinar la idea.

Deseo también que estos pequeños dardos de este diario personal que aquí inicio sirvan como disparadero de ideas para otros proyectos ajenos destinados a otros espacios.

Por último, los diálogos que se produzcan los consideraré estrictamente privados. Y no es preciso poner punto final a los mismos, pues incluso los ya transitados pueden recrudecerse pasado un tiempo.

lunes, 19 de marzo de 2012

Por qué escribo tan mal y por qué no soy popular. Witkiewicz y otros.

Hace casi treinta años, en 1973, Carlos Barral publicaba, en su Biblioteca de Rescate, Insaciabilidad, la gran novela de Stanislaw Ignacy Witkiewicz y con la que este culmina en 1930 su obra narrativa. Aquella traducción del polaco, realizada por Melitón Bustamante Ortiz,  fue saludada entonces por Leopoldo Azancot como el acontecimiento literario de aquel lejano 1973. Como muchas de las cosas que hacía Barral, aquel libro se convirtió en mítico para muchos de los que creían y creemos que la literatura tiene que ver –además- con la transformación del lector que lee un libro, y que esto consiste en una vibrante aventura que nos cambia del todo una vez terminado el viaje de la lectura. Esto no quiere decir que tenga ser aburrida, la lectura, digo, pero sí que esta se escriba y se haga desde la insobornable independencia del autor, dispuesto a hacer pocas o ninguna concesiones a la galería de retratos y vanidades que son los escaparates de librerías, suplementos y tendencias.

Yo, en el 73, tenía trece años y desde luego no leí tal libro, entonces recién publicado. Por entonces, y desde los 11, recitaba poemas de Federico García Lorca, Miguel Hernández, Rubén Darío, Baldomero Fernández Moreno y otros modernistas. De este último recité con gran éxito su poema porteño Setenta balcones y ninguna flor, ganando numerosos premios dedicados a Santa Cecilia, en el colegio religioso de los Hermanos de La Salle donde yo estudiaba, y donde también actuaba en un repertorio que combinaba obras de teatro de Alejandro Casona como La barca sin pescador, o astracanadas tipo La venganza de don Mendo, de Pedro Muñoz Seca.

Debo aquí decir que si esta obra citada es en sí un prodigio de comedia y enredos y caricatura tragicómica de los propios personajes presentados, en nuestro caso, esta astracanada alcanzaba proporciones mayúsculas, que pocos han imaginado o visto. Digo esto porque nuestro colegio, como tantos de la época, no integraba a las chicas en el aulario. Y esto suponía que en obras como esta, éramos los chicos los que teníamos que representar a los personajes femeninos, a Azofaifa o a Magdalena  o al duquesa, como se hacía por lo demás en el teatro clásico del XVI o de Grecia, para ser precisos. Pero, claro, es fácil imaginar el elemento de burla y de extraña ambigüedad e intriga, para público y compañía, que suponía ver en escena a priápicos y descarados adolescentes de trece y catorce años retándose y cortejándose entre bambalinas y encrucijadas de estoques y ripios.

Sea como fuere, desde la publicación de Insaciabilidad, Witkiewicz pasó a ser considerado en nuestro país, vamos, entre algunos de nuestro país, una especie de símbolo de la buena y a veces secreta literatura que se escapa, por definición, de cualquier intento de mercantilización, gracias, en realidad, a la fuerza intrínseca de su mensaje, y al riesgo que el autor asumió al escribir y que sigue destilando en cada una de las páginas.

Para entendernos, esta novela del autor polaco, junto a su Adiós al Otoño, se sitúan en las coordenadas literarias y temporales de La muerte de Virgilio, de Hermann Broch, de Auto de Fe de Elías Canetti, o de El hombre sin atributos de Robert Musil, por poner tres ejemplos. Estamos por tanto hablando de libros fundacionales, propios de un tiempo de novelas totalizantes, de intentos literarios que trataron en las primeras décadas del siglo XX de abarcar en su narración las experiencias vitales y filosóficas de un mundo, el del período clásico europeo que se inaugura con la Ilustración, que venía de derrumbarse o estaba a punto de hacerlo. Leer estos libros no es sólo disfrutar de buena literatura sino acceder a otro tipo de conocimiento, casi de iniciación, al tiempo que nos adentramos en la psicología de un periodo histórico que gracias a estos textos podemos comprender más allá de la falacia de las fechas.

Yo conocí estos libros poco después, con 18 años, de la mano de Alfonso Álvarez Lorencio, que fue uno de mis guías literarios desde su puesto de libros de viejo de la Cuesta de Moyano de Madrid, junto a otro guía, el poeta canario Jesús Cabrera Vidal, que también trató de torcerme hacia el jazz, entre otras torceduras.  Ambos pigmaliones me sacaban diez o doce años, y ya habían leído los libros que se supone yo debía leer. Años más tarde, Alfonso el Gordo (q.e.p.d.), que además atesoraba una de las mejores colecciones de ediciones de la Alicia de Lewis Carrol, sería compañero y amigo colaborador de La Luna de Madrid, donde se encargaría de la sección Excálibur, homónimo título al de su fanzine del género de fantasía.

No hay duda que fueron estos años enfebrecidos de lecturas, junto a mis devaneos filosóficos, los que marcaron mi gusto literario entonces, y mi práctica después. Pues lo cierto es que uno, de manera misteriosa, al elegir sus lecturas favoritas y sus autores icónicos, efectúa un tipo de ceremonia terapéutica de rebirthing, como preconizaba Leonard Orr en los sesenta, o al estilo de los newborn christians, de modo que definir un gusto literario supone un renacimiento místico equivalente a una revelación.  Es uno de los argumentos,  o el argumento de Harold Bloom, en The Anxiety of Influence y en A Map of Misreading.  Así, para este, el artista trata de reconstruir su pasado, de afirmar la originalidadvodevil de su patético ex-novismo y esnobismo.

Harold Bloom ha perfeccionado el argumento hasta llevarlo al extremo de la mística recuperacionista, pues al final de este hilo de Ariadna, casi sería el autor del pasado el que vendría a elegir a su sucesor en cada de nosotros, como por otro lado, para seguir con los símiles religiosos, plantean los mormones en alguno de sus apreciables desvaríos. Pues al convocar ceremonialmente en su montaña de Utah a las almas del pasado para que cambien de religión, sacándolas de un cielo para meterlas en otro, que se supone mejor, hacen tal vez como estos autores difuntos, que sedientos de víctimas literarias, van buscando jóvenes escritores en ciernes para poseerlos y obligarlos a escribir los libros que ellos no pudieron culminar en vida, o no supieron materializar debidamente. Ahora, al poseernos, buscan una segunda oportunidad.

Tal vez si yo hubiera caído en otras manos, mi destino literario hubiera sido distinto, y ahora trataría de imitar a Conrad o a Verne, y me hubiera hecho famoso, pero yo caí prisionero, sucesivamente, de Witkiewicz, luego de Broch y al fin de Musil. Y así me va. La única suerte o consuelo es que he comprobado que estas posesiones de uno, estos aposentamientos en el interior de uno, no son definitivos, pues con un cierto y doloroso esfuerzo personal, audacia, y otros rituales que aquí, por pudor, no voy a describir, es posible exorcizarlos y sacar a estos diablillos cojuelos del interior de nuestro cuerpo y mente. Dicho esto, debo declarar que las estancias y viajes por el cuerpo de uno son largas, de tres años como mínimo, pues una vez incrustados en el mediastino, que es donde gustan alojarse, es difícil sacarlos de ahí, con el gravísimo problema añadido de que en cuanto el espacio queda vacío, otro escritor fantasma de la misma cuerda acude al ocupar la plaza que ha quedado vacante. Y digo de la misma cuerda, porque parece que la vez se la tienen dada y pasada entre ellos, y no hay manera de que se la pasen a otros escritores fantasmas que ellos mismos desprecian. Porque hasta tras la muerte, siguen habiendo banderías y gustos del todo irreconciliables. Vamos, que perdido o ganado el gusto en un bando, allí queda uno para siempre.

Sigo. La obra de Witkiewicz inaugura, además, la sensibilidad de la narrativa moderna y es una  cruzada contra el realismo y el naturalismo de anteojeras o de “espejo en medio del camino” y contra el formalismo heredados del siglo XIX, un programa que en Polonia sería magistralmente culminado en la obra de Witold Gombrowicz. En el prólogo a Insaciabilidad, Witkiewicz declara: “la novela, que para mí no es una obra de arte, es por encima de todo la descripción del discurso de un determinado fragmento de la realidad, imaginada o verdadera –lo mismo da-, pero de la realidad definida en el sentido de que lo principal en ella es el contenido en lugar de la forma. Evidentemente, esto no excluye la fantasía más desenfrenada en el tema y en la psicología de los personajes. Se trata únicamente de que el lector se vea obligado  a creer que las cosas son o pudieran ser así y no de otra manera”. La obra se erige en el único lugar convalidador de la experiencia, lo que permite toda la literatura de creación fantástica, y cito, en nuestro ámbito,  a Borges, a Donoso, a Onetti, o a Benet, por si alguno de ellos tiene la bondad de poseerme en cuando desaloje a mi actual inquilino, que todo será mejora.

Vamos a nuestro amigo. Stanislaw Ignacy Witkiewicz nació en Varsovia en 1885, y murió en un bosque, en los alrededores de la aldea de  Jeziory, en 1939.  Witkiewicz o Witkacy, seudónimo de aventuras literarias, fue pintor y retratista notable, crítico de arte, dramaturgo, teórico de la escena y ensayista. Pertenecía a familia de artistas siendo el prototipo del aventurero experimentador finisecular con perfil intelectual. Amigo de los polacos Joseph Conrad (nacido Jósef Konrad Korzeniowski) y de uno de los fundadores de la antropología social moderna, Bronislaw Malinoswki, con quien recorrió en 1914 Nueva Guinea y Australía, Witkiewicz escribió cuatro novelas, las citadas Insaciabilidad (1930), Adiós al Otoño (1927), La única salida, que dejó inacabada, y la formidable obra que es Las 622 caídas de Bungo o la mujer diabólica, publicada en España en Ediciones Destino, en el 2002, en traducción de Josep María de Sagarra.

Toda la obra de Witkiewicz tiene una preocupación esencialista y de corte metafísico que le hace plantear reflexiones constantes acerca del significado del arte y de las formas puras, en relación con el sentido de la experiencia. Es común que sus personajes puedan interrumpir su trepidante acción para discutir, como si la vida les fuera en ello, la última hipótesis de la lógica formal de algún discípulo de Russell.

La vida de Witkiewicz fue legendaria; tantas “barbaridades” se decían de él  que sus clientes acudían al estudio de pintura asustados, temerosos de que les saltase encima. Si cuento ahora algunos detalles con el fin de alagar la curiosidad malsana del lector lo hago con todo reparo y sabiendo que desafío por entero las teorías de Witkiewicz. Este polaco detestaba a los críticos que aludían a la vida del autor con el fin de comentar la obra; así, en el prólogo a la todavía no traducida Adiós al Otoño, leemos: “Manosear en los asuntos del autor en relación con su obra es indiscreto, incorrecto, indigno de un caballero. Pero desgraciadamente cada cual puede verse envuelto en este tipo de suciedad, lo que es sumamente desagradable”. Perdón por eta falta pido y comprensión, como la podría pedir Bungo o Törless.

Aventurero, Witkiewicz recorrió numerosos países y probó todo tipo de drogas siendo notables libros como Narcóticos (1928) o Nicotina, Alcohol, Peyote, Morfina y Éter (1932). Pero Witkiewicz se burla de los propagadores de estos mitos sin negar ni afirmar su veracidad: “dicen que he sido violado por cierto conde bajo la influencia de la cocaína, que he vivido a costa de una rica judía en Ceilán, que drogué una osa en los Montes Tatra”.  Sea como fuere, la muerte de Witkiewicz fue también la muerte de Polonia por muchos años y en cierto modo se puede decir que sus peores temores se confirmaron.

Cuando en septiembre de 1939 los alemanes invaden su país, Witkiewicz cree que sus teorías acerca de la destrucción de Occidente expuestas en Insaciabilidad se están realizando. El 18 de ese mes, en el bosque de Jeziory, junto a su mujer, que sobrevive al intento, Witkiewicz  se suicida. Nuestro autor primero se corta las venas, después los tendones, y al ver que no muere, se corta al fin la yugular, como hará alguno de sus personajes. Terrible final.

Ahora, antes de que pase más tiempo, me quiero centrar en su última novela editada en España. Pues la publicación, hace diez años, de Las 622 caídas de Bungo lo considero como uno de los acontecimientos literarios, y aún vitales, más importantes de los sucedidos en España, y al menos de la magnitud de aquel reseñado a propósito de Insaciabilidad. Las 622 caídas de Bungo o la mujer diabólica, publicada en 1910, es una novela de formación e iniciación, una “bildungsroman”, que nos narra ese periodo de descubrimiento de la vida en un ambiente que podemos relacionar con el vivido por otros personajes adolescentes; pienso en el joven Törless de Musil o en el Stephen Dédalus de Joyce.

El protagonista es el apuesto y deseado Bungo, un aristócrata de veinte años que quiere ser artista y someter sus pasiones a la disciplina del arte puro y la contemplación. Pero no lo consigue. Constantemente se ve arrastrado por todo tipo de lujuriosas tentaciones y distracciones: estas son sus caídas, 622 nada menos. La más terrible es la caída total en manos de la mujer diabólica, Doña Akne, una cantante de ópera de rarísima hermosura sedienta de placeres inacabables. Los amigos, es preciso decirlo, no ayudan. En general son mayores que Bungo y sus hábitos y preocupaciones se ven aquejados del vicio mayor de la dispersión. El barón Brummel, en cuyo palacio transcurre parte de la trama, es un diletante de las matemáticas que satisface sus “monstruosos apetitos sexuales” con la quinceañera Inés Vivian.  Edgar, el duque de Nevermore, es un “conquistador de vida” que oscila entre la excentricidad más absoluta y la paranoia. Y así sigue una larga serie de retratos que nos brinda un fresco estrafalario de la Varsovia aristocrática de primeros del siglo XX.

Una gran parte de esta novela refleja el ambiente dandy y elegante de las clases nobles de aquella Europa dominante que aún no había sido sacudida por las grandes guerras, un ambiente decadente de grandes “conversaciones esenciales” donde la locura y los sentimientos más extremos se suceden ante nuestros ojos sin perder nunca la compostura. Los personajes se pueden insultar y de hecho se hacen todo tipo de “guarradas” pero nunca dejan de saludarse con toda corrección. Las 622 caídas de Bungo es también una novela de amor, y la parte más importante de este texto nos cuenta la relación imposible, celosa y malsana que se produce entre la Doña Akne y Bungo. El texto español que yo he leído, puesto que no hablo polaco, es estupendo, con un excelente uso de la coma y la interpolación, tan necesarios en una novela filosófica y de diálogos intelectuales.

Yo creo que ha quedado aquí aclarado, de una vez por todas, por qué escribo como escribo, y por qué es imposible salir del estatus de worst seller. Pero dicho esto, y ahora que ya estoy del todo liberado del fantasma del amigo Witkiewicz, sí puedo señalar algo que tal vez resulte enigmático, para quien guste las altas cumbres: ya se sabe que cuesta llegar a ellas, ahh, pero qué placer la contemplación del crepúsculo, según con quién se esté…

1 comentario:

  1. I was supposed to have read Gombrowitcz. “¡Cómo no habeís leido a Gombrowicz! Es que no leís nada! “ Of course, it was in the city of clichés and, it was in the university institute, the institute of horrors as we used to called it. I managed to get a Gombrowitcz. He lent us one of his copies. He later gave it to me. I didn’t like it or understand it. It was in French and about art… I’m sure I still have it in those proverbial boxes I haven’t unpacked since 2004. Every year I miss him more. Whenever I see anyone published from those days, the famous writers and translators he few, some of those he complained about their phoning him up drink, or whose work he told us about . After I came back to Spain for the first time, I ran into one of his younger colleagues, on a train between the two countries. “He retired with a very small pension. He refused to become French”, the colleague told me disapprovingly. I remembered the old exiled grumbling when asked why he didn’t change nationality which would entitle him to a higher academic rank therefore a better retirement: “Es que lo no quiero ver son más policías…”
    At that time, when he started teaching me, he had been allowed back in Spain again and went there regularly. He gave me two photographs he had taken that are still on my walls. They depict two store fronts on calle de la palma back in the early eighties perhaps. The first day he had me in class. he was making us all translate on sight into Spanish. When I had done my bit ,he looked up at me over his reading glasses ”Con ese acento , eres de calle de la Palma”. Much to everyone’s horror, I retorted :”No, soy de la calle Libertad”. To no avail because I kept that nickname “calle de la palma”. until he learned my name.
    I only remember sentences he used to say “Cuando veo que hay jovenes en España que nos aben quien fue Franco, me parece muy bien, me allegro,” “¿La Guerra? La guerra fue una fiesta en comparación con la posguerra”, and other things of a more personal nature related to our lives, to literature, to Spain, to his life, to his wives, to my men . He always went to the cinema. Perhaps only your mother loves cinema more than that man did.
    When I have the elements, toner, paper and time I like to printout your blog entries. I come here, and in the basement of a posh café, read them. You make me chuckle out loud with your worst seller asides, distracting these faces hidden behind expensive laptops computers.
    So your Witkiewicz influenced my Gombrowicz! It all remains in the family. But you have been writing all those years, while I pretty much fear that what I tell my students, the elder ones, to reassure them and the younger ones. to shock them, is true, I only do two things in my teach, study and go to the gym, which is in reality three or only two.
    Among losses I’d put suicides as the worse, those closest to me were long drawn out episodes, bloody and finally drastic pretty much like Wietkiewicz’s ending. Those are the most terrible losses to remember.

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