Es la segunda vez que la visito,
en mi vida. Pues no es posible acceder a ella, aunque uno lo desee. Te llevan,
te invitan, te dejas llevar, con condiciones impuestas. Me había sucedido
antes, en 1984 o 1985 y me ha vuelto a suceder ahora, en los últimos días de
agosto del 2020. Es difícil de explicar. Y aún más para quien tiene una
formación como la mía. Sólo sé que se encuentra en una de las callejuelas del
Madrid antiguo, pero no en la zona del Barrio de los Austrias. Yo diría que se encuentra
situada entre las verticales trazadas por la Puerta del Sol y la Plaza de Ópera
y la paralela un poco más al sur que delimitan las Plazas de Tirso de Molina y
la de la Paja. Es incluso posible que se hallase un poco más allá de Tirso de
Molina, entre las primeras calles que bajan hacia La Latina.
No sé mucho más. No puedo ser más
específico. Esta capilla está situada en altura, en el piso superior de un
inmueble, junto a un altillo o azotea; yo diría que en un cuarto o sexto piso,
pero no es fácil decir porque el edificio tiene pisos de techos altos, y eso se
comprueba cuando uno sube por las escaleras, pues entre descansillo y
descansillo de cada piso hay un buen número de escalones. Desde cada rellano,
no se distinguen puertas que conduzcan a otras casas o, al menos, yo no puedo
asegurar que existan. A esta escalera se accede desde un portal que da a la
calle, pero apenas está señalizado por una placa. Uno va caminando por la calle
y repente te das de bruces con el portal que conduce a la capilla. Y ya está.
Pero si otro día quieres ir por tu cuenta y lo buscas a propósito, entonces,
con toda seguridad, no darás con él.
Una vez que ingresas al portal
debes decidir por tu cuenta si deseas subir, o si prefieres volver a la calle.
Es cosa tuya. Al subir por la escalera, sobre las paredes desnudas, se
descubren algunos símbolos religiosos, no muy evidentes. Algunos recuerdan
anagramas cristianos, otros parecen hindúes o quizá orientales, geometrías y
signos que también podrían asemejarse con esas marcas y signos que empleaban
sobre la piedra los canteros y constructores de los templos antiguos. En algún
momento, subir alguno de estos largos tramos se hace pesado, como si en efecto
portáramos un gran peso a cuestas, una cruz, una mochila, como si la intensidad
del campo gravitatorio se alterase y nos aplastase ligeramente, cuando debería
ser lo contrario, puesto que ascendemos. Es una sensación que desaparece cuando
ya estamos arriba, e ingresamos en la capilla.
Como he indicado, mi primera visita
a la capilla de Nuestra Sra. del Silencio se produjo hace muchos años, y muchos
de los detalles de esta se me habían olvidado, diluidos en el tiempo. La
capilla, una vez que accedemos a ella a través de una puerta de madera, bastante
convencional, tiene forma octogonal o quizá ovalada; desconozco la estructura exterior del edificio.
Es como una gran salón, pero no creo que exceda de los 10 metros de largo por
unos siete u ocho de ancho. Tal vez exagero. Lo preside, si así se puede decir,
una chimenea de piedra y ladrillo con un hogar de regulares dimensiones. Sí
recuerdo que me llamó la atención que el leñero estaba construido de obra sobre
la base del propio fuego.
Sobre la repisa en voladizo había
una serie de cuadros y retratos enmarcados, en general de paisajes y de montañas,
o ríos. No soy un experto en iconografía oriental pero es evidente que la mano de
esos artistas y la técnica, el uso del carboncillo, el pincel y el trazo escaso
del lápiz y del color, delataba una impronta china, japonesa o tal vez coreana.
Otros pequeños cuadros parecían de artistas europeos, con una factura que me
recordaba a los lakistas ingleses, y a otros románticos europeos. Eran todas
piezas de pequeño formato. La estancia cuenta con cuatro o cinco altos ventanales
cuyas puertas batientes llegan hasta el suelo de madera. La luz del cielo y las
nubes que se dibujan en él entran francas pero no se observan otros edificios
reconocibles, como si la capilla estuviera sobre una terraza o coronase un mirador.
Delante de la chimenea hay situadas
unas sillas de madera, dispuestas de forma cuasi circular. Y todo indica que
están ahí para que los ocasionales visitantes puedan sentarse un rato a meditar
o a descansar. Las sillas son de respaldo recto, lucen un asiento rojizo y tienen
reposabrazos de madera, pero no se puede decir que sean muy cómodas. La
estancia está parcialmente alfombrada y nada impide que uno se pueda recostar sobre
el suelo, si es que no se desea permanecer sentado. Eso es lo que yo hice
durante mis dos visitas.
En uno de los esquinazos de la
sala resplandece, sobre el mismo suelo, una colección de figuras de elefantes
en diferentes posturas. Algunas recuerdan al dios Ganesha. Si uno se reclina
sobre el parqué y pone la cara sobre la madera, como yo hice, mirando fijamente
las pequeñas estatuas, se tiene la impresión de que estas se mueven. Pero es posible
que se trate sólo de una impresión provocada por la propia postura descrita.
Debe haber más de cincuenta pequeños elefantes, algunos de cinco centímetros de
alto, otros de veinte o treinta. Los hay de madera negra, roja, de piedra y de color
hueso.
En otro rincón aparece trazado un
rectángulo delimitado por una valla de unos cuatro o cinco centímetros, a modo
de campo de juegos. En ambos extremos del cercado, que mide unos tres metros de
largo por unos dos de ancho, hay dos pequeños postes que simulan ser porterías.
El campo de juego se halla poblado por un conjunto de figuras humanas de barro
cocido, en diferentes posiciones atléticas. Simulan jugar a un deporte que nos
es del todo desconocido. Pero podría tratarse de alguna danza competitiva.
Estas estatuillas no superan los treinta o cuarenta centímetros. Todas la figuras
aparecen en movimiento y el conjunto ofrece la impresión de situarnos ante dos
equipos. Pero, como he indicado, nos es imposible averiguar la naturaleza del
juego, si es que es un juego. Tal y como sucede con los elefantes, si uno se sitúa
sobre el suelo, se tiene la impresión de que las figuras se desplazan
ligeramente. Pero no se trata de autómatas. De eso estoy seguro. Es posible que
se trate de un efecto óptico. No es fácil decirlo.
Esto es todo lo que conozco y
recuerdo de mi segunda visita a la capilla de Nuestra Sra. del Silencio. Ignoro
quien la diseñó y con qué objeto. En ella también hay una pequeña mesa auxiliar,
con una jarra de agua y unos vasos de cristal. Sé que uno no puede permanecer
en la capilla mucho tiempo. Esto es todo lo que sé.
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