Sin dejar de ofrecer interesantes coincidencias posicionales, más que otra cosa evidente para el lector -la común extraterritorialidad y marginalidad respecto de la cultura occidental y europea, Borges por argentino, Gombrowicz por exiliado-, no deja de ser curioso al tiempo que loable el intento que realiza Juan José Saer en 1990 para desagraviar al polaco del trato recibido por la sociedad argentina literaria de cuarenta años atrás. Dicho intento le honra en cuanto que proclama un gusto y una admiración literaria que compartimos muchos: los suficientes para preservar la fe en unas cuantas manías que difícilmente constituyen una secta.
Claro que el esfuerzo en buscar coincidencias entre Borges y Gombrowicz, y entre este y la Argentina, llevan a mi admirado y llorado Saer hacia propuestas desafortunadas. Lo digo con verdadero cariño del devoto lector y con la camaradería bien dispuesta, fruto de una noche memorable en Madrid, noche de vino y rosas, acompañado de su mujer, Manuel Imaz y la Viuda de Onetti.
En todo caso, Saer compara a judíos y a argentinos desde el punto de vista del papel inestable que los primeros, por su condición de errabundia, desempeñan o desempeñaron en cualquier sociedad europea, -y quién sabe si hasta en la suya propia-, y los segundos respecto de su extrañamiento de Europa. Pero en cuanto a estos, a los argentinos, como he argumentado en La Venganza del Gallego, tengo para mí que su fuente de inestabilidad tal vez tenga más que ver con su posición en América. Puesto que el Paraíso perdido de Argentina no está en Europa sino en la posibilidad malgastada de lo que un día pudo ser y no fue. Es una pérdida que tiene que ver más con el tiempo que con el lugar, en el sentido freudiano de quien se ha quedado detenido en una fase de su adolescencia, como sí vio con claridad el maestro Marco Denevi.
Por lo demás, este trasunto de nacionalidades se me antoja problema incomprensible y sobre todo innecesario. Recordando aquí al propio Borges es más preciso y elocuente hablar de tradiciones en el sentido de una cultura, de un área idiomática a lo sumo, cuando queremos hacer un balance personal de pertenencias.
Yo no creo que entre Borges y Gombrowicz hubiera coincidencias decisivas ni tenía por qué haberlas. Mejor es dejar esto allí donde lo dejó Ricardo Piglia. Borges, y tal vez Bioy Casares, apunto yo, fueron los más grandes escritores argentinos del siglo XIX que escribieron en el siglo XX. Toda una proeza. Es una exageración, sin duda, pero apunta a algo. Gombrowicz, en cambio, sólo pudo ser un escritor del siglo XX que será mejor entendido en el siglo XXI.
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