Jorge Semprún es el reflejo en el espejo de André Malraux para España, tanto en lo literario como en lo político, y en ese modelo de escritor mitad aventurero mitad conspirador al estilo de ese Eugenio de Avinareta que nos retratase el pariente de este, Pío Baroja. Hubo muchos que le van a la zaga a estos revolucionarios y y agitadores que produjo el siglo XX por millares, sobre todo en su primera parte, la heróica, la trascendentalista. Y por ambos profeso rendida admiración. Con todo, hay algo en el contar de Semprún que no termina de cerrar del todo: tiene que ver con la posición, con el lugar desde donde uno escribe. Puede que en todo caso haya un exceso de evidencia que pudiera resultar innecesaria. Una falta de naturalidad.
Sea como fuere, "La escritura o la vida" (1994), emparentada con "La tregua" (1962) de Primo Levi, es un extraordinario ejemplo de cómo la literatura puede hacernos superar la barbarie. Su metáfora más importante, poética en un gran lector de poesía, es aquella que nos dice que Jorge Semprún habría vivido tan cerca de la muerte, entre la muerte, al borde mismo de la muerte, en el Lager de Buchenbald, que a partir de ese momento su vida sólo se podría dar o contemplar sub specie aeternitatis, como quería Spinoza, esto es, fuera del tiempo, en el sentido de que cada día de vida le alejaba de la muerte, que ya le tuvo en su mano y le rondó en aquel execrable campo de concentración alemán fundado tan cerca de la ilustre Weimar, tal vez para deshonrar así la ciudad de Goethe y la Bauhaus. Es una idea notable esta de alejarse de la muerte cada año que pasa, y percepción bien opuesta de la que tiene precisamente el común de los mortales.
Los libros de Primo Levi y de Jorge Semprún están emparentados, relacionados, por misteriosos caminos literarios. Tenemos más o menos claro que el ejemplo de Levi es el que lleva a Semprún a volver a escribir y a reflexionar sobre su experiencia en los campos de exterminio. Pero para Jorge Semprún volver a la literatura es volver a la libertad, alejarse del dogmatismo leninista y contemplar la vida con nuevos ojos, renacer, por segunda, por tercera vez. Él mismo se pregunta cómo es posible que su mente estuviera más de quince años aprisionada en tan terrible corsé, o secta.
Pero este es un misterio que afecta por igual a otros muchos, cautivos de religiones y creencias totalitarias. La lectura combinada de estos dos libros es el mejor ejercicio de honestidad de escritor, y por tanto, una escuela de aprendizaje para cualquiera que quiera dedicarse a este oficio. Una clase de honestidad que me recuerda la de Malcolm Lowry, cuya vida concreta se malogró en un deseo desordenado de pureza.
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