Este es un blog para personas que piensan que la literatura es la verdadera religión de nuestro tiempo y de todos los anteriores, y que con Juan Ramón Jiménez repiten: "Los dioses no tuvieron más sustancia que la que tengo yo".
LOS COMENTARIOS
To the Happy Few: espero que estos comentarios y las otras ideas o divagaciones que siguen en la bitácora presente puedan ser de alguna utilidad a quien quiere seguir o ya está en este oficio o carrera de las letras, ya porque sea muy joven y no tenga a quién acudir, o ya porque no siendo joven de cuerpo sí lo sea de espíritu, y desee o considere que es adecuado, con toda llaneza, combatir de este modo que ofrezco el aburrimiento...
Las reglas de uso que propongo al usuario son simples: que tus comentarios busquen la contundencia de la piedra lanzada y suspendida en el aire, buscando allí afinar la idea.
Deseo también que estos pequeños dardos de este diario personal que aquí inicio sirvan como disparadero de ideas para otros proyectos ajenos destinados a otros espacios.
Por último, los diálogos que se produzcan los consideraré estrictamente privados. Y no es preciso poner punto final a los mismos, pues incluso los ya transitados pueden recrudecerse pasado un tiempo.
viernes, 10 de abril de 2020
(Diario de la peste (11, 10 de abril, El género del Covid-19)
Diario de la peste (10, 7 de abril. Cabeza de chorlito)
Diario de la peste (9, 5 de abril. La rabia, un juguete)
Diario de la peste (8, 3 de abril.Salir a cuatro patas)
Diario de la peste (7, 1 de abril. La tercera guerra mundial)
Declarada la Tercera Guerra Mundial, nieva en Madrid. Lissie, tumbada, no quiere salir. Prefiere su camita, a mi vera. Detesta la lluvia y el frío, y eso que se supone que es una perra ovejera. Pero uno es lo que ha sido en vida, no lo que fueron sus antepasados. Así que pese a haber nacido y vivido diez años en La Montaña de Cantabria, prefiere el sol de Madrid, ciudad golpeada, y esos días azules de antes en los que íbamos a levantar conejos, siempre sin éxito. Expediciones de las que regresábamos a casa con la moral alta, fracasados pero inasequibles al desaliento, que es lo que ahora nos piden los noticieros y los boletines de guerra.Diario de la peste (6, 30 de marzo. Una raya más al tigre)
Diario de la peste (5, 28 de marzo)¿Arde París? No, arde el mundo
Lissie también extraña, como todos, a sus dos hermanas humanas, a mis hijas, confinadas en Cádiz. De vez en cuando rasca la puerta de sus habitaciones, que permanecen cerradas. Las busca. Ayer, el cuarto de una de ellas quedó un rato abierto, y Lissie aprovechó para subirse a la cama de Icíar, para sentir el olor de su ausencia. Nunca lo hace. Ella prefiere su estupendo colchón de IKEA-perro. Es su modo de recordarlas, de romper el confinamiento. ¿Dónde están?, parece decirme. Me viene a la cabeza el libro de Verne que yo leía de niño, la crónica de un naufragio, en la que quince escolares se quedan atrapados en una isla, “Dos años de vacaciones”. Cuando era niño, la idea me seducía. En fin, espero que no sea así.
Diario de la peste (4, 26 de marzo, Cantar en la escalera)
Unos dicen que el virus habrá que pasarlo, sí o sí, impulsando la inmunización comunitaria. Y que el confinamiento masivo es sólo para retardar el impacto en el sistema sanitario. Los remedios que aplican unos países y otros, todos en estado de prueba, o los que proponen unos investigadores y otros, saltan a los titulares de los medios y las redes sociales en instantes. Nos llegan los titulares, pero no los remedios, claro. Todos esperamos el final feliz de esta película en la que nos han metido, como si el plasma de la pantalla nos hubiera abducido a modo de portal, y nos hubiera depositado en “Black Mirror” o en “12 Monos”. Pero resulta que es real. Y seguimos secuestrados. Los “amigos” de los protagonistas del Proces ya no protestan. Dirán, “hala, todos encerrados”. Pero Rufián, de nuevo, muy bien, el único que pidió ayer en la tribuna del Congreso que el rey emérito done 100 millones a la sanidad, para pagar las mascarillas y protecciones de esos pobres a los que todos los días aplaudimos, a las ocho de la tarde.Diario de la peste (3, 25 de marzo, Ojalá estemos a tiempo)
Diario de la peste (2, 24 de marzo, Madrid, sale el sol)
Bueno, es un decir, es otra fake news, una noticia falsa más, un bulo de esos que difunden toda una suerte de ociosos que ahora están encerrados en sus casas, inaprensivos, adictos a las teorías de las conspiraciones y graciosos..., incapaces de leer un libro y aislarse. Cada día recibimos decenas de correos de procedencia dudosa, que se suman a los de los expertos, recomendaciones oficiales, oficiosas, que proceden de unos países y otros. Nos explican cómo debemos prevenir el contagio, lo que este país hizo bien y el otro mal, lo que teníamos que haber hecho hace un mes, suspender la Manifestación del 8M y la Liga de Fútbol. Pero ya está hecho. No se puede volver atrás.
Es lo que Diderot, en La Paradoja del Comediante, llamaba “el pensamiento de la escalera” (l´esprit de l´escalier) ..., cuando al bajar del escenario nos acordamos de algo que no dijimos, pero ya no vale. Haberlo pensado antes. Esta crisis está llena de esos pensamientos tardíos, a posteriori, que nos recuerdan lo que no hicimos. Pero es verdad que hoy, por fin, sí ha salido el sol, en Madrid, entreverando los nubarrones cargados y el cielo de panza de burro que se había posado sobre esta ciudad famosa, precisamente, por sus altos cielos azules, velazqueños, estos días más bien goyescos, de la serie de Los desastres de la Guerra. Cielos inclementes por los que el sol se ha abierto camino esta tarde, trayendo esperanza, inevitable, la luz es así.
Son las ocho de la tarde en punto, como otras ciudades del mundo, nos asomamos a los balcones y a las ventanas para agradecer a todos los gremios que salen a la calle para jugarse el tipo por nosotros, pero por encima de todos, a los de la sanidad, miles de héroes y heroínas con nombre y apellido que no cabrán en una placa. Me encuentro a un amigo de la infancia, médico de familia, en la cola de un supermercado. Hay cola porque sólo pueden entrar, en este, quince personas al tiempo, para mantener la distancia social de dos metros que mantengo con mi compañero de colegio. Hace 45 años que lo fuimos. Me dice que es terrible, que falta de todo, equipos, mascarillas. A él están a punto de movilizarlo. Se lo llevan al hospital de campaña que han instalado en el recinto ferial de IFEMA. A los médicos de ambulatorio ya no los necesitan allí. La enfermedades leves han desaparecido. O no cuentan ahora.
Hoy ha sido un día terrible, los muertos se cuentan por varios centenares y las morgues no dan abasto para alojarlos en su provisional camino al cementerio, o al crematorio. Se han prohibido los velatorios para los fallecidos por el coronavirus. Miedo al contagio. Y el ayuntamiento ha abierto el Palacio Municipal de Hielo para que los militares de la UME los depositen sobre la inmaculada pista donde ahora, en otro mundo, en otra dimensión, deberían estar los niños patinando. Quiero pensar que sus presencias están ahí, junto a las presencias reales de los mismos abuelos que hace apenas unas semanas los llevaban allí a patinar. Y patinan para ellos, las presencias de los niños, para sus abuelos, que ya son fantasmas, en esa despedida helada. Patinan en silencio. Porque hoy no ponen música en el Palacio de Hielo.
Lissie está extrañada, su mundo ha cambiado, ya no vamos a ver a mi madre ni a su hermanastra gata, a Blackie. Acostumbrada a nuestros largos paseos por Arroyo Pozuelo, para levantar conejos y perseguirlos. Bueno, otra noticia falsa, la pobre nunca ha alcanzado a ninguno, a su edad, le pasa como Aquiles con la tortuga en aquello que contaba el viejo Zenón de Elea. Sí, Lissie está extrañada de estos paseos que damos ahora, entrecortados, a saltitos, donde yo la acompaño con cierto disimulo, para que no piensen que estoy corriendo, que eso está prohibido, y para no suscitar la envidia o la rabia de quienes me miran por las ventanas, los que no tienen perrito. Trotamos, paramos, seguimos. Otra vez paramos. Lissie me mira, ¿pero qué demonios pasa? Pero tal vez para ella es suficiente, la pobre estuvo casi 10 años encadenada, 10 años de esclavitud, casi como la película, hasta que la liberamos.
Cae la noche. El silencio en la ciudad, por la noche, es ominoso. También está lleno de presencias. A veces salgo también tarde, muy tarde, por no encontrarme con nadie. Mejor. El último paseo del día. Lissie se queda mirando fijamente a la oscuridad, indagando, en posición de alerta. No comprende nada. Escucha atentamente el silencio. No hay nadie, le digo, no te preocupes. Hace pis rápido. Quiere volver. El silencio en el campo, que ella conoce muy bien, está lleno de vida, de movimientos celestes y terrestres que acomodan ese silencio, que le dan sentido. El silencio en la ciudad es distinto. Nunca lo había sentido así. La distancia trae extraños zumbidos que proceden sin duda de antenas repetidoras e instalaciones de energía que antes era imposible oír. Porque la ciudad, en su vida normal, se halla tan poblada de su propia música -el ir y venir de la fragua de Vulcano- que se hace imposible escuchar el silencio.
Decir “la ciudad en silencio” es un oxímoron, una imposibilidad. Salvo que pensemos en una ciudad abandonada por sus habitantes, como les sucedió a los mayas, -mis profesores de antropología de América explicaban ese enigma en el aula-, cuando abandonaron sus ciudades y templos, y volvieron a las selvas, ¿por otro virus? ¿Nos pasará a nosotros? Volverán entonces los animales a sus vaguadas, a sus viejos montes, pues su memoria de especie no ha olvidado los regatos donde bebían antes de que los humanos les expulsaran; el desastre nuclear Chernóbil es un anticipo, los lobos, los gamos, todos regresan y ocupan las plazas y los edificios abandonados. Lissie me mira profundamente, quiere decirme algo; no entiende nada. Nosotros tampoco. Quizá todo esto es un ensayo. O un aviso. Espero que sepamos interpretarlo. Vienen tiempos que van a cambiar los tiempos...







