LOS COMENTARIOS

To the Happy Few: espero que estos comentarios y las otras ideas o divagaciones que siguen en la bitácora presente puedan ser de alguna utilidad a quien quiere seguir o ya está en este oficio o carrera de las letras, ya porque sea muy joven y no tenga a quién acudir, o ya porque no siendo joven de cuerpo sí lo sea de espíritu, y desee o considere que es adecuado, con toda llaneza, combatir de este modo que ofrezco el aburrimiento...

Las reglas de uso que propongo al usuario son simples: que tus comentarios busquen la contundencia de la piedra lanzada y suspendida en el aire, buscando allí afinar la idea.

Deseo también que estos pequeños dardos de este diario personal que aquí inicio sirvan como disparadero de ideas para otros proyectos ajenos destinados a otros espacios.

Por último, los diálogos que se produzcan los consideraré estrictamente privados. Y no es preciso poner punto final a los mismos, pues incluso los ya transitados pueden recrudecerse pasado un tiempo.

viernes, 10 de abril de 2020

Diario de la peste (3, 25 de marzo, Ojalá estemos a tiempo)

Ojalá estemos a tiempo
Hoy sí sale el sol de verdad. Luce fuerte. Victoria de Helios, el dios primero. El que nos llevó al Finisterre. Sacamos ropa, zapatillas, las mantas y colchonetas de Lissie al balcón, y las mascarillas de un solo uso, pero que ahora son eternas. Al virus no le gustan los rayos ultravioleta, así que todo lo ponemos la sol, incluyendo las manos que hoy me arden. Con tantos líquidos que usamos para desinfectarnos, esta mañana, al volver de la calle, froté una mesa de la cocina -donde había dejado las compras del día- y los pomos de una puerta, con un producto que requiere guantes. Me equivoqué de envase. No es nada. No están las cosas para ir al médico por una reacción alérgica. "Mire, no sea tonto, y sea más cuidadoso", me dirán. "No hay que molestar". 
No, no están las cosas para molestar. Ayer noche, cerca de las doce, a través de un grupo de WhatsApp nuestra vecina estaba preguntando si teníamos gafas de buceo, mascarillas de snorkel que cubren la cara, para crear una sistema de respiración no invasiva, las que se suelen emplear para los niños. Tiene una amiga que es doctora en el Hospital Montepríncipe. Si se reunían unas cuantas, se pasaba alguien de protección civil a recogerlas.  A los enfermos les vienen muy bien, para conectar los tubos de oxígeno. Un remedio de emergencia, un parche. Es lo que hay. Nos comentó que las existencias de treinta almacenes de Decathlon se habían agotado. Este grupo de WhatsApp es cosa nueva, fruto de la guerra contra el virus. Antes, los vecinos, salvo tres o cuatro con los que nos unen afinidades, apenas organizábamos nada. Las cosas han cambiado. La encargada de la limpieza del portal, escalera y garaje no puede venir. Por seguridad, para evitar contagios. Y los vecinos nos hemos coordinado para realizar estas tareas. La echo de menos. Es una rubiachona fuerte de ojos muy claros, norteña, amiga de hacer largas caminatas de montaña. Hablamos de eso. Tiene dos perros adoptados, y adora a Lissie. Le regalé uno de mis libros sobre los Caminos de Santiago. Solidaridad básica.
Pero también egoísmos. Durante los días previos a que se declarase el Estado de Alerta y el confinamiento general, muchas familias dejaron Madrid rumbo a sus casas en la provincia, como se decía antes, con la idea de huir de la peste. Ha sucedido en muchas ciudades de Europa. Pero ahora, en algunos de estos pueblos, los alcaldes quieren que estos incómodos vecinos se vayan, no quieren que les coman lo suyo, por si se acaba, algunos han publicado bandos para que, en todo caso, esos forasteros no puedan salir de sus casas, bajo amenaza de multa. Eso sí, cuando las cosas iban bien, esos mismos alcaldes se peleaban entre ellos para que los vecinos de Madrid, Barcelona, Bilbao y otras ciudades ricas acudieran a sus pueblos para comprar segundas residencias, o a hacer turismo rural. 
Y comienzan las delaciones, reflejadas en algunos medios como algo encomiable. Hoy una señora aplaude a un policía que le pega una bofetada a un joven que estaba en la calle tomándose una cerveza, brutalidad. Otro vecino denuncia a un grupo que se reunía en un gimnasio; otro avisa a la policía de que unos vecinos se turnaban entre sí para sacar al mismo perro, y de paso para pasearse ellos. Terrible el vecino delator, que se cree un gran ciudadano. Y terrible que la policía monte un operativo clandestino de vigilancia para descubrir el engaño. Leemos que ya se han puesto en España más de 100.000 denuncias y multas contra los paseantes. Un porcentaje brutal. Ayer noche, estaba con Lissie en la calle, ella sobre un césped que yo no puedo pisar; yo sobre la acera. Un coche patrulla pasó por la calle y se detuvo a mi espalda, dos largos minutos, observando por si cruzaba la raya imaginaria. Me ha sucedido ya dos veces.. Dentro de poco, la retórica que alaba sin cesar en los telediarios el heroico comportamiento del pueblo español , de sus cuerpos policiales y de sus fuerzas armadas, dará paso a críticas y censuras verbales contra los derrotismos, y tal vez contra los que escribimos notas como esta, ambivalentes, tibias en todo caso. En las guerras no puede haber medias tintas. Distopías y escenarios de guerras que veíamos por Netflix y HBO, ya están aquí, entre nosotros, anticipando el futuro inmediato. A mi cabeza acuden, a vuela pluma, "1984" y el gran hermano de George Orwell; "Fahrenheit 451" de Ray Bradbury y las quemas de libros; "El Mundo Feliz" de Aldous Huxley, y las dudosas utopías "Los desposeídos" de Ursula K. Le Guin y "Los quinientos millones de la Begún" de Julio Verne. Y "A Sangre y Fuego", de Manuel Chaves Nogales. Cada uno puede hacer su lista.
Como en los tiempos de las viejas pestes, el virus ataca a ricos y pobres, sabios y legos, poderosos y humildes. En España ya hay varios ministros contagiados y saltan a la prensa los nombres de ciudadanos famosos fallecidos. Pero los jóvenes se salvan. Hasta sesenta años, el riesgo de complicaciones pulmonares o de mortalidad es más bien bajo. A partir de ahí, la cosa se complica de año en año. Yo tengo sesenta justos. Estoy ahí, sobre el quicio de la puerta, al borde del precipicio. Pero la juventud es inmortal. Lo veo por la calle. Los jóvenes mocetones, repartidores, transportistas, a los que debemos agradecer mucho que sigan aprovisionando nuestras neveras, se sientan en la acera, para comerse sus bocadillos y reír. Hacen bromas, guardan la distancia social de un metro, pero esto no va con ellos. Se nota. Así es la enfermedad de la juventud, arrolladora, poderosa, pero no es para siempre.
Lo más seguro es que esta crisis, -tal y como sucedió en la otra, la de 2008-, se lleve por delante a casi todos los gobiernos que ahora están en el poder, lo hagan bien o mal. La gente se volverá contra quien los ha confinado en casa, en arresto domiciliario. Se querrá pasar página, olvidar el miedo, y volver a la vida. Es un clásico. El sacrificio del héroe salvador. Hoy por fin ha aparecido Europa. Después de semanas sin reaccionar en serio, hoy, de la mano de Ursula Von der Leyen, la presidenta de la Comisión se anuncia un gran plan de compras de material sanitario y otro de financiación de la economía, masivo. Ya era hora. Esta señora de sesenta y un años, doctora, con siete hijos, y claro, mira hacia el futuro, de manera natural. Ojalá sea profético. Y estemos a tiempo. #coronavirus

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