LOS COMENTARIOS

To the Happy Few: espero que estos comentarios y las otras ideas o divagaciones que siguen en la bitácora presente puedan ser de alguna utilidad a quien quiere seguir o ya está en este oficio o carrera de las letras, ya porque sea muy joven y no tenga a quién acudir, o ya porque no siendo joven de cuerpo sí lo sea de espíritu, y desee o considere que es adecuado, con toda llaneza, combatir de este modo que ofrezco el aburrimiento...

Las reglas de uso que propongo al usuario son simples: que tus comentarios busquen la contundencia de la piedra lanzada y suspendida en el aire, buscando allí afinar la idea.

Deseo también que estos pequeños dardos de este diario personal que aquí inicio sirvan como disparadero de ideas para otros proyectos ajenos destinados a otros espacios.

Por último, los diálogos que se produzcan los consideraré estrictamente privados. Y no es preciso poner punto final a los mismos, pues incluso los ya transitados pueden recrudecerse pasado un tiempo.

viernes, 6 de enero de 2012

Los diarios de Carlos Edmundo de Ory.

Los diarios de Ory se presentaron en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, hace ya unos años, en el 2004, pero no había podido leerlos hasta ahora. Recogen sus anotaciones entre los años 1944 y el 2000. En aquella ya lejana presentación estuvieron Luis Eduardo Aute, José Manuel Caballero Bonald y Jesús Fernández Palacios. Ory, mientras tanto, murió en el 2010. Carlos Edmundo de Ory fue una de las pasiones de mi adolescencia y de mi primera juventud, y desde luego su intensa lectura, para bien o para mal, transformó del todo mi gusto literario de la época, que venía lastrado por una tendencia excesiva hacia la contención, siguiendo a Pedro Salinas y a Jorge Guillén. Su libro-antología preparado por Félix Grande lo paseé por medio mundo y sus poemas los recité a todos los amigos que se dejaron o que se pusieron a tiro: ¡tiempo feliz aquel de conversaciones adolescentes interrumpidas por versos! A Félix Grande, que lo vi hace un par de años, en el 2009, en una presentación de libros que se hizo la Fundación del BBVA, le recordé nuestro lejano y primer encuentro de allá por los últimos años setenta, en esas tertulias y recitales que él organizaba con Luis Rosales en Cuadernos Hispanoamericanos, en el Instituto de Cooperación Iberoamericana de la calle de los Reyes Católicos, en Moncloa. Yo tenía dieciocho años y le mostré entonces mis versos, para recabar esa tan necesaria opinión que uno precisa, a modo de confirmación, a esas edades. Félix Grande los hojeó y me dijo que me convenía leer a Ory. Yo entendí aquello como un mandato, casi como una clave secreta. Se lo recordé en este encuentro reciente que acabo de mencionar. Grande me dijo que con seguridad no se había tratado de una alusión a mis poemas sino que por entonces él recomendaba leer a Ory a todo el mundo, y sobre todo a los jóvenes poetas.
Ory, en todo caso, era por entonces una ventana abierta por la que entraba el aire fresco de una poesía muy clásica pero llena de metáforas radiantes, surrealistas, siempre imprevistas. A mí también me ayudó a olvidar una tanto la poesía comprometida que imperaba en los círculos políticos estudiantiles donde comenzaba a moverme. Y también me ayudó a encontrarme. O a perderme. Con Lezama Lima me sucedió lo mismo. Luego me sucedería con otros muchos poetas, con González, con Gamoneda.
A Ory le escribía yo cartas adolescentes que él me contestó con largueza, y con la cortesía de quien se dirige a un joven poeta. Luego, con los años, pude tratarles a los tres poetas mencionados, y cuando tuve ocasión de dirigir el ICI de Buenos Aires me los llevé allí de invitados, uno cada año, para las sucesivas Semanas de Autor que organizamos con los amigos porteños. Con Carlos Edmundo me llevé siempre muy bien, pese a ese formidable ego que conmigo nunca se manifestó del todo. Pero sí lo ví en ejercicio con Laura, su mujer, y con Jaume Pont, el poeta catalán que mejor estudió su obra. Terminada la Semana de Autor aquella del año 1998, nos fuimos todos a Chile, invitados a un recital de poesía que casi tuvo que suspenderse, ya que llegamos durante el periodo en el que el juez Baltasar Garzón había ordenado la detención de Pinochet en Londres. La policía nos recibió con uñas, y nuestro acto, en una estación renovada de ferrocarril, se produjo con un perfil muy bajo, bajo la amenaza de interrupciones por parte de los extremistas de la extrema derecha.
Cumplido nuestro deber, dedicamos el resto de nuestra estancia en Chile a visitar la casa de Pablo Neruda en Isla Negra, en cuyas aguas heladas me pegué un prometido baño. Luego peregrinamos hasta la tumba de Vicente Huidobro en la Comuna de Cartagena y fuimos a ver a Nicanor Parra, que por un desencuentro no pudimos conocer, pese a llegarnos hasta su casa de Las Cruces. Y por supuesto, conocimos y tratamos a otros poetas chilenos como Gonzalo Millán y Verónica Zondek. A Gonzalo Rojas lo conocí en Buenos Aires, más tarde, de la mano de Pablo Narral y no dejé nunca de verlo durante mis años argentinos.
Durante la presentación de los Diarios de Ory, la del 2004, saludé a Luis Eduardo Aute, a quien hacía años que no veía. Me vino a la memoria un recital de Homenaje a José Bergamín de los primeros ochenta, en la Universidad Autónoma de Madrid. Lo había organizado nuestro amigo conspirador y poeta Rafael Lorente. Yo leí algún poema, junto a otros amigos, y Aute nos cantó "Al Alba", solo con su guitarra. Recordé otras noches turbias del Madrid de los ochenta, en el Café Latino de Montxo Trelles, con Aute, Masiel, la del "la, la, lá" y otros noctívagos del Madrid de entonces.
Vuelvo a estos Diarios de Ory: sobran páginas. Son tres tomos enormes repletos de detalles personales que no creo importen a nadie. Ha faltado un buen editor que se hubiera detenido en lo relevante. Lo demás basta con que esté en un archivo digital en la nube. Pero han querido halagar al viejo. Los diarios tienen algo de impudicia cuando sólo se centran en esas cotidianeidades casi de toilette. Incluso en el caso de los genios absolutos y por los que tenemos total devoción hay que precaverse. Pues ninguno resiste en calzoncillos a nuestra vista, como parece que dijo Goethe. Es también manía de profesores y doctorandos la de expurgar los archivos personales de los autores y sacar a la luz lo que estaba pensado para la sombra, como bien diría Tanizaki, exhibicionismo o granhermanismo de la que ya no nos salva nadie. Ory tampoco en esta ocasión. Bueno, sirva ello por todos los años de oscuridad e interesado desdén que tuvo su obra, castigada por su voluntario exilio en aquella remota y mítica Casa de Amiens. Amigo Ory, descansa en paz.

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